Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

miércoles, 16 de octubre de 2013

Líneas de teléfonos


Compartimos con vosotros el cortometraje argentino Líneas de teléfonos (Marcelo Brigante, 1996) y a continuación algo de historia. Os recomendamos que primero veáis el vídeo y luego leáis el texto.








El vídeo, que ya habréis visto, es bello y sobrecogedor, es poesía y denuncia, habla de amor y de muerte, o de algo incluso peor que la muerte: la desaparición absoluta. Vayamos al recorrido histórico -para lo que el corto casi era una excusa*

El 24 de marzo de 1976 la Junta de Comandantes en Jefe (integrada por el general Jorge Rafael Videla, el brigadier Orlando Ramón Agosti y el almirante Emilio Eduardo Massera) destituyó al Gobierno de Isabelita Perón –segunda mujer de Juan Domingo Perón, líder del partido justicialista y para esta fecha ya fallecido– poniendo en marcha el denominado Proceso de Reorganización Nacional (o, sencillamente, el Proceso), un período de ocho años -1976 a 1983- en que Argentina vivió bajo el terrorismo de Estado, del que las palabras del general Manuel Ibérico Saint Jean dan una idea ajustada: Primero eliminaremos a los subversivos, después a sus cómplices, más tarde a sus simpatizantes y, finalmente, a los indiferentes y a los tibios. (Salinas, 1999)
Según el Informe Nunca Más (o Informe Sabato, por ser el escritor Ernesto Sabato el presidente de la comisión de investigación que lo elaboró), en Argentina el mínimo de desaparecidos -donde el mínimo son los casos absolutamente demostrados- fue de 8.961 personas, siendo el 70% hombres y el 30 % mujeres, de las cuales un 3% estaban embarazadas. De estas personas, el 88,12 % tenían entre 16 y 40 años en el momento de su desaparición, el 9,57 % de 40 a 65, un 1,62 % tenía entre 0 y 15 años y el 0,66 % más de 66. Según profesiones, los desaparecidos sobre los que se ha podido recopilar información estaban divididos en:

Obreros…30,2 %
Estudiantes… 21 %
Empleados… 17,9 %
Profesionales… 10,7 %
Docentes… 5,7 %
Autónomos y diversos… 5 %
Amas de casa… 3,8 %
Personal de fuerzas de seguridad… 2,5 %
Periodistas… 1,6 %
Artistas… 1,3 %
Religiosos… 0,3 %

De estas cifras se desprende que la mayoría de los desaparecidos eran personas jóvenes, y potencialmente tendentes a una postura ideológica “de izquierdas” (obreros, estudiantes, docentes, artistas… y téngase en cuenta la relatividad de las cifras, dado que el número de artistas de una sociedad es siempre menor que el de empleados). Además, entre los miles de detenidos, un 62 % lo fueron en su domicilio ante testigos (otros miembros de la familia casi siempre), un 24,6 % en la vía pública, el 7 % en su lugar de trabajo, el 6 % en el de estudio y el 0,4 % desapareció en dependencias policiales o del ejército tras estar legalmente detenidos. Os dejamos a continuación algunas contundentes líneas del prólogo del Informe Sabato, pues darán humanidad a las cifras:

De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerzas Armadas. (...)¿Cómo no atribuirlo a una metodología del terror planificada por los altos mandos? ¿Cómo podrían haber sido cometidos por perversos que actuaban por su sola cuenta bajo un régimen rigurosamente militar, con todos los poderes y medios de información que esto supone? ¿Cómo puede hablarse de «excesos individuales»? De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores.
Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona libre» a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzana y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia el antro en cuya puerta podría haber inscritas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: «Abandonad toda esperanza, los que entráis».
De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos. Palabra - ¡triste privilegio argentino! - que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.
Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus celdas, la justicia los desconocía y los habeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca un secuestrador arrestado, jamás un lugar de detención clandestino individualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los delitos. Así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbres y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, debatiéndose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e inútiles, de ruegos a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que alguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La respuesta era siempre negativa. 
En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderándose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia consciente o inconsciente a justificar el horror: «Por algo será», se murmuraba en voz baja, como queriendo así propiciar a los terribles e inescrutables dioses, mirando como apestados a los hijos o padres del desaparecido. Sentimientos sin embargo vacilantes, porque se sabía de tantos que habían sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpables de nada; porque la lucha contra los «subversivos», con la tendencia que tiene toda caza de brujas o de endemoniados, se había convertido en una represión demencialmente generalizada, porque el epíteto de subversivo tenía un alcance tan vasto como imprevisible. (...) 
Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita vergüenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo, guardando en algún rincón de su alma alguna descabellada esperanza. 
De estos desamparados, muchos de ellos apenas adolescentes, de estos abandonados por el mundo hemos podido constatar cerca de nueve mil. Pero tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aun vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal. (...)  
Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado.


La derrota de Argentina en las Malvinas supuso el final de la dictadura militar. Raúl Alfonsín asumía la presidencia el 10 de diciembre de 1983 y al poco llevaba  a los comandantes de la Junta Militar ante los tribunales. Se produjeron condenas en 1985 y años posteriores, que serían no obstante indultadas bajo la presidencia de Carlos Saúl Menem -elegido en mayo de 1989- en las conocidas como leyes de impunidad.
Por suerte, el 15 de junio de 2006 la Cámara de Casación Penal, máximo tribunal penal de Argentina, consideró que los indultos concedidos en delitos de lesa humanidad eran inconstitucionales, y el 31 de agosto de 2010 la Corte Suprema de Justicia confirmó sentencias de tribunales inferiores, dictando que los indultos no fueron constitucionales y las condenas que anularon debían ser cumplidas. 


Para acabar con este pequeño homenaje a las víctimas del Proceso, os dejamos los versos de Mario Benedetti, en su poema "Desaparecidos":

Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos

buscándose / buscándonos

bloqueados por los signos y las dudas

contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada


nadie les ha explicado con certeza

si ya se fueron o si no

si son pancartas o temblores

sobrevivientes o responsos
ven pasar árboles y pájaros

e ignoran a qué sombra pertenecen


cuando empezaron a desaparecer

hace tres cinco siete ceremonias

a desaparecer como sin sangre

como sin rostro y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo

cuando empezaron a desaparecer

como el oasis en los espejismos

a desaparecer sin últimas palabras

tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían


están en algún sitio / nube o tumba

están en algún sitio / estoy seguro

allá en el sur del alma

es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio.



Saludos





*Hemos seguido principalmente el manual de Joan del Alcàzar, Nuria Tabanera, Josep M. Santacreu i Antoni Marimon Historia Contemporánea de América (Universitat de València, 2013)

domingo, 13 de octubre de 2013

"El poder de los sin poder", por Václav Havel

Con vuestro permiso, os traigo otra reseña del pasado (enero 2012), por el interés histórico y crítico de la obra y a la espera de que volvamos con alguna novedad. Pronto...

Terminé de leer este libro del que fue dramaturgo, disidente durante el control comunista, último presidente de Checoslovaquia y primero de la República Checa: Václav Havelrecientemente fallecido.
    No esperéis las memorias de un perseguido. Se trata de un ensayo sobre la manera en su opinión ideal de oponerse a lo que él llamaba postotalitarismo (el régimen construido en la mentira colectiva, cuya coartada es un elaborado ordenamiento jurídico, con un aparato represivo temible y temido), mediante la vida en la verdad, actuando desde el contexto prepolítico de la sociedad (la vida y la existencia de cada uno, y de los que le rodean). Es un tanto filosófico, sin duda.

   El libro empieza con el ejemplo de un frutero que cuelga en los cristales de su negocio, junto a los precios del producto, un gran cartel con el eslogan ¡Proletarios de todo el mundo, uníos!. ¿Por qué lo hace? ¿Para demostrar un sentimiento propio? ¿Porque realmente cree en lo que dice el eslogan y en el efecto que pueda tener, desde una frutería cualquiera de la Praga de los años setenta? Más bien lo hace porque así lo tiene que hacer, porque así lo ha hecho siempre, porque así lo hacen todos y para ahorrarse problemas. Dice Havel:
La ideología -como coartada-puente entre el sistema y el hombre- llena el abismo entre los planes del sistema y los planes de la vida [de cada individuo]; da a entender que las pretensiones del sistema derivan de las necesidades de la vida: es una especie de mundo de la "apariencia" que se expande como realidad. 
   Nos dice que el eslógan que las autoridades entregan al frutero junto a sus frutas y verduras es un signo y transmite un mensaje preciso aunque secreto, que diría como sigue: yo, tendero de verduras XY, estoy aquí y sé lo que tengo que hacer; mi comportamiento es el esperado, soy de fiar y no se me puede reprochar nada; obedezco y, por lo tanto, tengo derecho a una vida tranquila. Un mensaje que se dirige a "la cúpula", a los superiores de los tenderos de verduras, y a los posibles delatores. Aunque no sin riesgos, aquel que practicase la vida en la verdad sería aquel que no cumpliera con este mundo de la apariencia que es la ideología que mana desde el sistema, en su vida diaria, en sus relaciones... Aquel músico que compusiese letras de canciones que escapasen a la ortodoxia del régimen, aquel profesor que enseñase a sus alumnos según su propia conciencia, aquel que ante un juicio exigiese el cumplimiento de cada punto de la legalidad del sistema (muy elaborada, pues éste se justifica a través de un complejo ordenamiento jurídico) a rajatabla, o el frutero que no colgase el eslogan del cartel sin reflexionar ante lo que esa acción significa. 
 
Václav Havel (http://www.biografiasyvidas.com)
Pues bien, el libro desarrolla todo este argumento, esta crítica al sistema de las "democracias populares"; y la que es la forma favorita del autor para minar, con constancia y sin sobresaltos ni violencias, la mentira del sistema.
  Havel escribió este ensayo en 1978, al poco de firmar junto a otros la Carta 77 (varias veces mencionada en el libro), en protesta por la detención de los miembros del grupo underground "Plastic People of the Universe"; bastante antes de surgir Foro Cívico o las "revoluciones de terciopelo".
 Si los libros con un fondo filosófico no son de vuestro agrado, no os lo recomiendo; pero si no os importa (o aun os gusta), y buscáis un documento que refleje el ambiente post Primavera de Praga y pre "revoluciones de terciopelo", desde la pluma de uno de sus principales protagonistas, echarle un vistazo.

No puedo cerrar esta entrada sin hacer referencia a unas cuantas frases (hacia el final del libro, pp.119-120) que me han llamado la atención por su actualidad, como me ha pasado en entradas anteriores, pese a que las separen de nuestros días más de 30 años. 
  Tras mencionar a Ortega y Gasset y su "Rebelión de las masas" (otra obra muy recomendable, con ecos de actualidad pese a que fue escrita en la época final de Primo de Rivera), Havel nos deja reflexiones como estas:

El sistema postotalitario es sólo un aspecto -drástico y por eso más iluminador sobre su verdadero origen- de esta incapacidad general del hombre moderno para ser "dueño de la situación"; (...) la mentira, de la que es su espejo, es sólo una de las variantes de la mentira esencial del hombre moderno. La crisis planetaria de la condición humana afecta tanto al mundo occidental como al nuestro (...). Heidegger habla explícitamente de 'crisis de la democracia'. [...]
  No parece que las democracias parlamentarias tradicionales sean capaces de proponer el modo de hacer frente (...) a la autocinesis de la civilización tecnológica y de la sociedad industrial de consumo; también a ellas les arrastra su torbellino (...); sólo que el modo con que manipulan al individuo es infinitamente más sutil y refinado que el brutal del sistema postotalitario. Pero todo ese complejo estático de los partidos políticos de masas, esclerotizados, llenos de verborrea y cuya finalidad política acaba en ellos mismos, que dominan con su aparato de profesionales y vacían a los ciudadanos de cualquier responsabilidad concreta y personal; (...); todo el omnipresente 'diktat' del consumo, de la producción, de la publicidad, del comercio, de la cultura consumista (...), todo esto (...) difícilmente puede ser considerado como la vía futura que llevará al individuo a reencontrarse a sí mismo*.

Havel buscaba -o esperaba- encontrar esa vía alternativa para su propio país, para cuando las "democracias populares"  hubiesen llegado a su fin, pero no creía que la alternativa mejor fuese nuestro sistema, como habéis visto arriba. Considero el viraje de la atención política hacia el individuo concreto como algo sustancialmente más profundo que la simple vuelta a los mecanismos habituales de la democracia occidental o -si se quiere- burguesa. Aun así, fue presidente de una de estas democracias "al uso", se opuso a la secesión de Eslovaquia, promovió el ingreso en la OTAN de la República Checa y de los demás países del antiguo Pacto de Varsovia... Se conformó en resumen con los "mecanismos habituales" de las democracias, aunque tal vez no tuvo más remedio. No conozco suficientemente la historia checoslovaca ni la biografía de Havel como para emitir un juicio sobre todo esto. En cualquier caso su obra, su pensamiento y su actuación durante las "revoluciones de terciopelo" quedan ahí; ya forman parte de nuestra historia reciente.

Saludos

*El subrayado es mío.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Camus rebelado

Hace algún tiempo, en mi antiguo blog, dejé una pequeña reseña sobre el libro del filósofo y novelista Albert Camus The Rebel. La recupero para este nuestro nuevo espacio, dado que considero se trata de una obra interesantísima que fomenta y mucho -gran Camus- el pensamiento crítico en el lector.

'The Rebel' (L'Homme révolté, 1951) no es una novela, sino un ensayo; sobre filosofía política, diría yo. Camus se pregunta sobre qué dio origen a los totalitarismos del siglo XX. Se remonta en su explicación a la Revolución francesa y Saint-Just, a autores como Sade o Dostoyevsky, al romanticismo, a los terroristas rusos de finales del XIX y principios del XX, a la "muerte" de Dios y al nihilismo, a Nietzsche y su influencia, al pensamiento de Hegel y al de Marx y su interpretación posterior, a cómo el socialismo promete un paraíso, en un futuro indeterminado, fin que llega a justificar los medios más perversos. Se habla de Hitler y se habla de Stalin. Se habla del paralelismo que presentan los sistemas capitalista y socialista en el mundo bipolar de la Guerra Fría, y del peligro nuclear que pende sobre toda la humanidad. De cómo, finalmente, la revolución acaba por apartarse de las aspiraciones de la rebelión que fue su origen, traicionándola. El mismo Camus deja claro el objeto de la obra: Uno puede pensar que el período que en unos cincuenta años exilia, esclaviza o mata a setenta millones de seres humanos puede únicamente, y con razón, ser condenado. Creemos que es menester, además, comprenderlo.

Hecha la pequeña presentación del contenido, paso a transcribir uno de los mejores fragmentos de la obra -al menos para servidor. Este libro es de los que se presta a ser continuamente subrayado y/o anotado (maltratado, diría más de uno), dada la cantidad de frases y pensamientos geniales o muy destacables en que abunda. El "recorte" que os traigo se encuentra en mi edición en la página 248 y posteriores, ya casi hacia el final del libro. Se trata de una edición británica: me hice con el ensayo en una preciosa librería de viejo de Glasgow. Mi inglés no es el mejor, la traducción es un poco libre (prefiero emplear un castellano atractivo antes que realizar una sustitución literal y ajustada del verbo inglés; que a su vez es traducción del original francés, en cualquier caso), pero mantendré el "espíritu" de cada frase, sin cambiar en ningún caso la idea que Camus quiso transmitir. 
En fin, sin más preámbulo, habla el filósofo:

...ya es hora de decir, provisionalmente, que la más extrema forma de libertad, la libertad para matar, no es compatible con los motivos de la rebelión. La rebelión no es en ningún caso una demanda de libertad absoluta. Al contrario, la rebelión pone a la libertad absoluta en tela de juicio. El objeto de su ataque es justamente el poder ilimitado que autoriza al superior [entiéndase en la oposición amo/esclavo, propietario/obrero, etc] a violar la frontera prohibida. Lejos de demandar una independencia general, el rebelde desea el reconocimiento de que la libertad encuentra sus límites allá donde topa con el ser humano (...). El rebelde demanda indudablemente un cierto grado de libertad para sí mismo; pero en ningún caso demanda el derecho de destruir la existencia y libertad de otros. Él no humilla a nadie. La libertad que reclama, la reclama para todos; la libertad que rechaza, a todos se la niega. No se trata únicamente del esclavo contra el amo, sino también del hombre contra el mundo de esclavos y amos. (...) El poder ilimitado no es la ley única. Es en el nombre de otro valor que el rebelde afirma la imposibilidad de libertad absoluta, mientras clama para sí mismo la libertad relativa necesaria para que dicha imposibilidad sea reconocida. Toda libertad humana, en sus mismas raíces, es pues relativa. (...)

Es posible entonces afirmar que la rebelión, cuando desemboca en destrucción, es ilógica. Clamando por la unidad de la condición humana, es una fuerza de vida y no de muerte. Su más profunda lógica no es de destrucción: es una lógica de creación. (...) La pasión nihilista, sumada a la falsedad e injusticia, destruye, en su furia, estas demandas antiguas, privando a la rebelión de sus más convincentes razones. Mata, en la profunda convicción de que este mundo está dedicado a la muerte. Consecuencia de la rebelión es, al contrario, el rechazo a legitimar el asesinato ya que la rebelión es, a priori, una protesta contra la muerte. 
Pero si el hombre fuera capaz de introducir, enteramente por su mano, unidad en el mundo; si pudiera establecer un reino, por él mismo, de sinceridad, inocencia, y justicia: sería el mismo Dios. Si pudiera hacerse, ciertamente, ya no habrían más razones para la rebelión. Si la rebelión existe es porque la falsedad, la injusticia y la violencia forman parte de las condiciones en que el rebelde vive. No puede, por esta razón, decidir absolutamente no matar o mentir sin renunciar a su rebelión -aceptando entonces, de una vez y para siempre, la maldad y el asesinato que le rodean. Pero tampoco puede aceptar matar y mentir, desde el momento en que el razonamiento inverso que justificaría el asesinato y la violencia también destruiría la razón de su insurrección. Es por esto que el rebelde no puede nunca encontrar la paz. Conoce lo que está bien y, a pesar suyo, hace el mal. (...) En cualquier caso, si no siempre es capaz de no matar -ya sea directa o indirectamente-, siempre puede poner su convicción y pasión en trabajar por disminuir las ocasiones de asesinato a su alrededor. (...) Si finalmente se ve forzado a matar, él mismo aceptará la muerte. Fiel a sus orígenes, el rebelde demuestra mediante el sacrificio que la libertad real no es libertad para asesinar sino libertad para enfrentar la propia muerte. Al mismo tiempo, alcanza el honor en términos metafísicos. Es entonces cuando Kalyayev sube al cadalso, desde donde visiblemente muestra a todos sus camaradas el límite exacto en el cual el honor del hombre empieza y acaba*.

No está mal... En este fragmento, Camus muestra su visión ideal de lo que debería ser el rebelde y su rebelión, muy lejos de aquello en lo que históricamente la rebelión ha terminado transformándose, demasiado a menudo: un "movimiento" en el que unas élites revolucionarias se perpetúan y matan en mor de un paraíso prometido, cínicamente, sin por supuesto aceptar esos límites a su propia libertad, ni la muerte propia a cambio de la ajena. La rebelión deja de existir, deja de ser; ya no es sino voluntad de poder e imperio. Camus nos revela, asimismo, su filosofía existencialista: el hombre se hace a sí mismo a través de su vida, a través de su acción vital, sin predestinación, sin excusa, sólo él con su obra y consecuencia.

Acabo con algunas frases más, que pueden encontrarse en el libro:

Un fin que requiera medios injustos no es un fin justo. Atribuída a Karl Marx. Al menos en el momento de escribir estas líneas comulgó con el pensamiento de Camus.
Si nos decidimos a rebelarnos, debe ser porque hemos aceptado que la sociedad humana tiene algún valor positivo. (...) La rebelión no puede existir sin una extraña forma de amor. Palabras de Herbert Read, en la introducción previa a la obra. Precioso.
Y estas de Camus:
La política no puede ser religión. De lo contrario, no es sino Inquisición.
El arte y la rebelión sólo morirán con la muerte del último hombre en la tierra.
La generosidad real respecto al futuro radica en dárselo todo al presente. Podríamos conectar esta sentencia con la anterior frase de Marx y situarla contra aquellos que, prometiendo el futuro paraíso terrenal, consienten -o promueven- el sufrimiento de las generaciones presentes.

En fin, un libro muy interesante. Por mi parte, me lanzo de cabeza a leer otras obras de Camus. Como pensador y escritor promete no dejar indiferente.

desde http://malditovivant.files.wordpress.com



Saludos

* El subrayado es mío.

jueves, 3 de octubre de 2013

Una rosa en tu mano

La palabra es la expresión, la palabra es un sueño partido del sentir. La palabra es un medio: de ellos, vuestro, nuestro. La palabra es un arte. Portadora de catástrofes, de amores de otro tiempo, de dientes asomándose a la sonrisa, de vida. Os dejo unas palabras, las mías:



UNA ROSA EN TU MANO



En tus ojos la muerte y una rosa en tu mano
Suave y poderosa,
Del color de la muerte
Es la rosa en tus manos.

Andamos en silencio, acaricias con las yemas de tus dedos aquello que creo debe ser mi alma, gozosa ella, llena de júbilo, te sonríe cándida y peligrosa, dulce, reservada, ardiente, entregada. Dejas libre el miedo, dejas libre el amor, dejas libres tus pies para que caminen a mi lado. Vuela el pensamiento, escribiendo versos, en tu cuerpo.

   No, no vivo en lo irreal, no juzgues de ese modo un sueño. Tú, mi sueño, aquello real que esperé año tras año, a la sombra de la vida, con una rosa en la mano. No, no me pidas que sea otra que no soy, mundo traicionero, mundo enfermo, vanidades que aplastan seres, por siempre sensibles y sinceros, que luchan, que pelean, que aman sin freno, que se entregan al amor si reparo, que viven lo bello. No, no amarres el caballo, preciosa bestia que cabalga, que corre, sin descanso. Soy el huracán que arrasa, soy el niño que llora, risueño dolor que no abandona.

   Vuelve a mí, romanticismo desgarrador, vuelven a mí los rosales de sangre.

   Tú que llenas mi vida, tu abrazo en la penumbra, tu sonrisa en el día. Eres color, eres fuego, eres luz, amor eterno. Ahora que la lluvia cae y se acerca la partida, ahora que la lluvia cae cierro los ojos para absorber cada instante de presencia, ahora que la lluvia cae no imagino el ser en tu ausencia, ahora que tu cuerpo marchita y nos acercamos al ocaso.

  El mundo de lo onírico hecho carne, hecho vivencias y huesos, tú, poeta, poeta de muerte, poeta de versos suaves y palabras fuertes, tú, poeta, que abandonas el lecho construido con lencería de encaje, de pesadillas, miedos y retos. Tú, poeta, que marcharás esta misma noche, que andas hacia la decadencia, dejando mi alma sola, suspendida, adentrándose en la caída, adentrándose en la nada de la que es presa. Tú, poeta, que recubres mi esqueleto de acero, que tienes miel en los labios, que tienes constelaciones en los ojos, que tienes la inmensidad acercándose a tu ser. Tú, poeta, que de tu mano cae la rosa del dolor y la muerte, tú, poeta, que marchas sin retorno dejando mi alma en vilo esperando la noche. 




miércoles, 2 de octubre de 2013

Sí... quizá me parezca a Larra

Mariano José de Larra nació en el Madrid de 1809, en el seno de una familia "afrancesada", y murió en 1837, descerrajándose un tiro cuando aun no había cumplido los 28 años de edad. Considerado uno de los máximos exponentes del romanticismo español, fue más bien periodista, articulista costumbrista* de los que veían con ojo dolorosamente crítico a España -la misma que doliese más tarde a Unamuno. La fundada crítica de sus artículos tiene, no obstante, un baño de ironía y humor que anima a su lectura, aún hoy, pasados casi dos siglos -¡pues piensen que no hemos cambiado tanto!.

Larra y Fígaro (from wikipedia.org)

Digo que quizá me parezca al hombre y digo mal, pues tanto su pluma como su inteligencia distan mucho de mi torpeza. Sí que guardo algo de esa pomposidad decimonónica en lo escrito, y sí que tengo barba, bigote y los ojos algo grandes; pero no me refería a esas nimiedades, no. Donde me veo reflejado es en algunos de sus escritos, en algunas de sus opiniones sobre el mundo que nos rodea -a él y a mí, entonces y ahora; y a ustedes-. Hay quien lo tachó de aristocrático -más se acercaría quien lo tachase de meritocrático-, pero, ¡ojo!, que no le faltó tinta para criticarse a sí mismo, y con la misma agudeza. Y ya empiezo a citar, que sin pruebas huelo a embuste: en este mundo, para conservar amigos es preciso tener el valor de aguantar sus obsequios (artículo 'El castellano viejo', diciembre 1832); ¿no se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee? ('Carta a Andrés', septiembre 1832); la filosofía es, efectivamente, para el desdichado lo que la peluca para el calvo ('El mundo todo es máscaras', marzo 1833). Leo estas reflexiones, escritas bajo el pseudónimo de Fígaro, y me veo, me veo...

Pero quería concretar un poco más, pensar en algo que nos dice Fígaro en su artículo 'El mundo todo es máscaras' -publicado en El Pobrecito Hablador en la fecha ya señalada, día 14- yendo más allá de su sátira costumbrista, algo que sin duda nuestro hombre esperaría de sus lectores. En este artículo Larra crea una ficción -probablemente basada en hechos reales- en la que es invitado por un amigo a una fiesta carnavalesca, de disfraces y máscaras, a la que acude aun sin desearlo. Pues bien, cuando lleva un tiempo allí, observando cual es su costumbre, reflexiona: Ni me sé explicar de una manera satisfactoria la razón en que se fundan para creer ellos mismos que se divierten, un enjambre de máscaras que vi buscando siempre, y no encontrando jamás, sin hallar a quien embromar ni quien los embrome, que no bailan, que no hablan, que vagan errantes de sala en sala, como si de todas les echaran, imitando el vuelo de la mosca, que parece no tener nunca objeto determinado. ¿Es por ventura un apetito desordenado de hallarse donde se hallan todos, hijo de la pueril vanidad del hombre? ¿Es por aturdirse a sí mismos y creerse felices por espacio de una noche? ¿Es por dar a entender que también tienen un interés y una intriga? (...)
Andan, sudan, gastan, salen quebrantados del baile... nunca empero se les olvida salir los últimos, y decir al despedirse:
-¿Mañana es el baile de Solís? Pues hasta mañana.
-¿Pasado mañana es en San Bernardino? ¡Diez onzas diera por un billete!

Me gustaría saber su opinión sobre estas palabras, pues la mía ya la sé: muchas veces sentí lo mismo que Larra, muchas veces aún lo siento. ¿Por qué esas mascaradas vacías? ¿Por qué ese ir y venir sin sentido, sin resultado práctico, las más de las veces? ¿Es por aturdirnos, por espacio de una noche? Si lo era entonces, imaginen ahora, cuando el alcohol es base, y a menudo razón, de la reunión masiva. ¿Qué hay de rebelde en esperar al tiempo libre para así "divertirse", huyendo de la rutina a la que pronto volveremos, hasta nueva orden? ¿De verdad creen que al granjero le preocupa lo que hagan sus gallinas en el corral? Mientras sigan poniendo huevos, picando y siendo carne...

No se me ofendan, que sólo opino, y yo también derrocho mi tiempo a veces -que para eso es mío-, como si no hubiera un final. Y si se ofenden, será por gula, el pecado capital.

¡Compañera!, mi compañera, ¿y tú que opinas? ¿Crees que ese buscar a los demás, o el anonimato en la masa, es una forma de liberación? ¿O una indolora represión, mecanismo de control voluntario? 

Saludos


*Sus incursiones en novela y teatro jamás consiguieron el renombre de sus artículos, no diré si merecidamente, pues nada de aquello he leído.

martes, 1 de octubre de 2013

La verdad... ¿Qué es la verdad?

Leo a Michel Barlow en Diario de un profesor novato (Salamanca, 1978) y me lo pregunto sin remedio, acuciado por su prosa.
La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos, improvisaba un estudiante en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). En este caso parece entenderse la verdad como un ente que, de alcanzarse, no es en absoluto liberador, ni reporta alivio. Pero Barlow hace referencia a esa otra verdad inalcanzable a la que, no obstante, todos aspiramos.

Nadie debería –y menos un profesor– considerar que existe una sola verdad –y menos la suya. Si no existe una verdad, o si existen muchas, la verdad no existe. Leí una vez (creo recordar que en Patas arriba, de Eduardo Galeano) que no existe más verdad que la búsqueda de la verdad. Buena frase, o buena “verdad” que niega su propia existencia, al menos en su aspecto cognoscible (el máximo al que podría aspirar el hombre). Y aquí tenemos la lección –verdadera o no– que nos da Barlow en su magnífico Diario (capítulo ‘Contra la pedagogía del boliche’, para más seña): nunca se tiene la verdad en propiedad, porque la verdad es una persona o una relación entre personas. Aquel que emite juicios terminantes se cree en posesión de la verdad; pero, como dice Barlow, juzgar algo o a alguien sin posibilidad de apelación es matarlo, ya que lo convertimos en substancia inerte, estéril, simple e invariable, puesto que concebimos que es, fue y será tal cual categóricamente lo definimos. ¡Y qué poco conocería al hombre aquel que así lo juzgase!

En las ciencias humanas –sigo con las enseñanzas de este capítulo– no hay que tratar de simplificar las cosas, de pasarlas al blanco y negro (o al espíritu del Western, con buenos, feos y malos), sino que, por el contrario, el ideal es complicar, saber complejo.
Hay personas –y, peor, profesores, a los que Georges Bernanos llamó, quizá en un mal día, imbéciles y parásitos intelectuales– que, en lugar de esto, adoptan por misión impedir de manera sistemática que la gente piense por sí misma, esto es, ofrecen verdades, problemas resueltos, incluso dogmas. La enseñanza de Barlow es aquí genial: que vuestra primera virtud no sea la certeza (…), acoged con respeto y simpatía todo pensamiento honesto y sincero, aunque en un principio hiera vuestras propias convicciones. Es algo básico ante un compañero de café o ante una clase. Y no sólo eso, también es enriquecedor someter nuestro pensamiento y nuestras convicciones o creencias a prueba, para que cambien a mejor o salgan reforzadas tras entrar en liza. Podemos incluso llevar a cabo el ejercicio solos, ya sea con nosotros mismos o en diálogo con una lectura (justo lo que hacía antes de escribir estas líneas); hacer que el pensamiento dialogue consigo mismo, formulándose a sí mismo objeciones y que se fortalezca triunfando, como el solitario maestro de ajedrez que lucha contra ambos reyes.

Y otra idea –¡no tiene desperdicio este librillo!– es la de “hablar como es debido”, ya sea en diálogo –que no monólogo– particular o grupal. Barlow nos habla de la obligación de ser claros, elemental cortesía hacia los receptores de nuestro mensaje y sana exigencia frente a nosotros mismos. Hablar es movilizar todos los recursos para enriquecer al otro (…). La palabra, como todo lo que une a los hombres, tiene algo de sagrado y no se puede prostituir. Precioso, ¿verdad?

Concluimos la entrada con una frase y un deseo. La frase pertenece al escritor Romain Rolland y nos incita a amar a la verdad –o a esa verdad que es su búsqueda, y perdonad la intromisión– más que a nosotros mismos y a los otros más que a la verdad, lo que es todo un himno a la tolerancia que evitaría muchos disgustos a la humanidad, amén de ser viento propicio a su avance. Cuanto al deseo, algo personal, es sencillo: que no se nos olvide, como individuos y como seres inteligentes que nos dirigimos a otros seres inteligentes (para empezar, a través de este Blog), lo defendido en esta entrada, pues la verdad está ahí fuera –fuera de nuestro alcance– y, si es lícito fomentar el espíritu crítico en los demás, no lo es fomentar el de la grabadora sin autonomía, ni criterio, ni futuro, que nos recibe más que nos escucha.


Saludos