Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La educación... ¿nos hace libres?

Viernes 22 de noviembre. Clase de Procesos y contextos educativos, en una vieja aula de una vieja facultad, hoy infrautilizada por unos cuantos aspirantes a profesor de Educación Secundaria... con la que está cayendo (últimamente tenemos frío y crisis). Nuestro docente dice algo así como que la educación hace a las personas libres, que alguien que ha recibido una buena educación es un individuo mucho menos sujeto que alguien, pongamos, iletrado, o ignorante en general. Seguramente tenga su parte de razón, pero esos malpensados licenciados y graduados en Historia, Geografía e Historia del Arte que le rodean -y siendo los del primer pelaje los más malpensados de todos, me temo- no están dispuestos a reconocérselo tan fácilmente. Una mano se alza, y luego otra y otra, y otra más. El debate, ese genio selecto tan dado a la bebida y que tiende a presentarse sin invitación, es ya inevitable.
 "¿Qué es la libertad?" "¿No puede un pastor nómada y analfabeto ser más libre que tú y que yo?" "¿No lo es un tigre?" "El tigre no concibe la libertad, luego no es conscientemente libre". "Eso es mucho suponer; quizá antropocentrismo". "La educación puede ser instrumentalizada, técnicos nazis muy bien formados". "Norbert Elias dijo muchas cosas en su Proceso de Civilización". Etcétera.
"Quizá quien más haya conocido más conciba la libertad, y su imposibilidad". "El saber duele, y quien sabe... ¡se sabe atado por tantas cadenas!". "La educación normativiza, nacionaliza, socializa, busca adaptarnos al sistema, evitando las variantes". Etcétera.
"Norma, programación, aptos y no aptos, todos tendrán su sitio en la gran fábrica". "La educación nos hace conscientes, primer paso de la liberación, pero tan lejano su final". "La educación es arma de emancipación, la más pura seguramente". "La educación podría hacernos libres, acabar con el homo homini lupus, pero a quién le interesa eso". "Solamente al hombre, y éste no vale un dolar".




Nota: lo que acabáis de leer no es más que una de nuestras entradas reflexivas y meditabundas, o histéricas y exaltadas, como gustéis. He aprovechado un debate que, efectivamente, surgió en una de mis clases, pero ni todas las ideas que dejo aquí aparecieron allá, ni son los entrecomillados citas reales. Lo que quiero decir, si me dejáis expresarlo en popular manera, es que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Saludos




lunes, 18 de noviembre de 2013

La cultura carcharodon

¿Tiene la cultura una función directiva, represora de heterodoxias y conservadora del status quo? ¿Somos conscientes de ello, o lo naturalizamos todo hasta el punto de que nadamos felices sin saber que en realidad nos vemos transportados por una corriente a menudo artificial e interesada?

Transcribo un chocante texto del poeta y dramaturgo Bertolt Brecht, para a continuación comentarlo brevemente:

“Si los tiburones fueran personas”, preguntó al señor K. la hijita de su arrendadora, “¿se portarían mejor con los pececillos?”. “Por supuesto”, dijo él. “Si los tiburones fueran personas  harían construir en el mar unas cajas enormes para los pececillos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto vegetales como animales. Se encargarían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían toda clase de medidas sanitarias. Si por ejemplo un pececillo se lastimara su aleta, le pondrían inmediatamente un vendaje de modo que el pececillo no se les muriera a los tiburones antes de tiempo. Para que los pececillos no se entristecieran, se celebrarían algunas veces grandes fiestas acuáticas, pues los peces alegres son mucho más sabrosos que los tristes. Por supuesto, en las grandes cajas habría también escuelas. Por ellas los pececillos aprenderían a nadar hacia las fauces de los tiburones. Necesitarían, por ejemplo, aprender geografía, de modo que pudiesen encontrar a los grandes tiburones que andan perezosamente tumbados en alguna parte. La asignatura principal sería, naturalmente, la educación moral del pececillo. Se les enseñaría que para un pececillo lo más grande y lo más bello es entregarse con alegría, y que todos deberían creer en los tiburones, sobre todo cuando éstos les dijeran que iban a proveer un bello futuro. A los pececillos se les haría creer que este futuro sólo estaría garantizado cuando aprendiesen a ser obedientes. Los pececillos deberían guardarse muy bien de toda inclinación vil, materialista, egoísta y marxista; y cuando alguno de ellos manifestase tales desviaciones, los otros deberían inmediatamente denunciar el hecho a los tiburones.

“…Si los tiburones fueran personas, también habría entre ellos un arte, claro está. Habría hermosos cuadros a todo color de las dentaduras del tiburón, y sus fauces serían representadas como lugares de recreo donde se podría jugar y dar volteretas. Los teatros del fondo del mar llevarían a escena obras que mostraran a heroicos pececillos nadando entusiásticamente en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que a su son los pececillos se precipitarían fauces adentro, con la banda de música delante, llenos de ensueños y arrullados por los pensamientos más agradables. Tampoco faltaría religión. Ella enseñaría que la verdadera vida del pececillo comienza verdaderamente en el vientre de los tiburones. Y si los tiburones fueran personas, los pececillos dejarían de ser, como hasta ahora, iguales. Algunos obtendrían cargos y serían colocados encima de los otros. Se permitiría incluso que los mayores se comieran a los más pequeños. Eso sería delicioso para los tiburones, puesto que entonces tendrían más a menudo bocados más grandes y apetitosos que engullir. Y los pececillos más importantes, los que tuvieran cargos, se cuidarían de ordenar a los demás. Y así habría maestros, oficiales, ingenieros de construcción de cajas, etc. En pocas palabras, si los tiburones fueran personas, en el mar no habría más que cultura”.


Bertolt Brecht, Kalendergeschichten

 Fea imagen de la cultura la que nos presenta el autor alemán. No creo que sea sólo esto, ni que pretenda Brecht englobar a través de esta metáfora a toda la cultura humana, sino a un determinado conjunto de la misma, que es no obstante el imperante en nuestras sociedades. Vemos a nuestro alrededor cómo se cumplen muchos de estos símiles, cómo la religión ha premiado tradicionalmente a los mansos y abnegados ante la injusticia con el futurible reino de los cielos, cómo la escuela enseña desde bien pronto la competitividad, el valor cifrado, y qué es lo que hace del individuo un ser "útil" o "inútil" para la sociedad. Vemos cómo la cultura de masas se encarga de definir qué es un triunfador y qué no lo es, qué es bello y qué horrendo, qué interesa recordar y qué es mejor obviar u olvidar. Así, la ciencia neutra y lo privado es el futuro natural al que debemos conducirnos y aspirar, primeramente a través de nuestra educación. Debemos ser buenos ciudadanos, que votan cada cuatro años para callar durante otros cuatro, mayoría silente. Debemos respetar a los que no respetan nada, entender que hay peces gordos que por derecho se meriendan a los pequeños, y ver con malos ojos a quienes se opongan a este estado de cosas, pues son ruidosos, escandalosos en su protesta, y nos recuerdan cuanto preferiríamos ignorar (ya que el saber es a veces doloroso). No hablo de grandes conspiraciones, sino de formas de organización muy bien arraigadas. La metáfora es la metáfora, y la realidad... no anda lejos.


Saludos


sábado, 9 de noviembre de 2013

La Traviata: Una lectura íntima

Siempre fascinada por la atemporalidad del arte. Esa pequeña gota que recorre el rostro mientras la emoción invade el estómago frente al dolor de los amantes. Amor doliente, La Traviata.

    El amor incondicional, la pasión, el amor tierno. ¿Y el castigo? Drama, sí, ¿pero drama femenino? La condena envuelve la figura de Violetta Valèry, por su conducta, por sus excesos. Giorgio Germont, el padre de Alfredo, sentencia: debe abandonar a su hijo. El prometido de la hermana de Alfredo no quiere convertirse en familia de una mujer de su condición. Violetta, rota, acepta con resignación su castigo, asume la categoría que se le otorga. Más allá de la enfermedad que arrastra, arrastra también un pasado impropio del que no se libera y domina su presente.

    ¿No es acaso Giorgio el reflejo de una sociedad que enjuicia? Para Violetta siempre será tarde, tarde para el amor, tarde para vivir. La obra a modo de advertencia moral frente al libertinaje, la consecuencia a la conducta, el final fatal, la imposibilidad de absolución.

    Giorgio creía tener el poder de juzgar a Violetta, también lo tomó Alfredo, pues su rabia por sentirse abandonado le lleva a la humillación de su amante. Ambos desaparecerán de la vida de ésta, mientras su cuerpo se consume más allá de la pena. Y ambos vivirán su muerte, puesto que la veritas impera y el arrepentimiento tiene cabida, Giorgio y Alfredo lamentarán su trato para con la joven; Alfredo implorará la oportunidad de vivir su amor frenético, pero Violetta Valèry caerá desfallecida: hay cosas que no tienen remedio.

    El pasado viernes 25 de octubre disfruté de la representación de La Traviata por parte de OPERA 2001 en L’Auditori de Torrent, con la magnífica puesta en escena de la soprano Ainhoa Garmendia, que no sólo no deja indiferente, sino que emociona, transmitiendo pasión y vida -o la ausencia de ella- humedeciendo mi rostro al final del Acto II y del Acto III. Mujer doliente, La Traviata