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sábado, 9 de noviembre de 2013

La Traviata: Una lectura íntima

Siempre fascinada por la atemporalidad del arte. Esa pequeña gota que recorre el rostro mientras la emoción invade el estómago frente al dolor de los amantes. Amor doliente, La Traviata.

    El amor incondicional, la pasión, el amor tierno. ¿Y el castigo? Drama, sí, ¿pero drama femenino? La condena envuelve la figura de Violetta Valèry, por su conducta, por sus excesos. Giorgio Germont, el padre de Alfredo, sentencia: debe abandonar a su hijo. El prometido de la hermana de Alfredo no quiere convertirse en familia de una mujer de su condición. Violetta, rota, acepta con resignación su castigo, asume la categoría que se le otorga. Más allá de la enfermedad que arrastra, arrastra también un pasado impropio del que no se libera y domina su presente.

    ¿No es acaso Giorgio el reflejo de una sociedad que enjuicia? Para Violetta siempre será tarde, tarde para el amor, tarde para vivir. La obra a modo de advertencia moral frente al libertinaje, la consecuencia a la conducta, el final fatal, la imposibilidad de absolución.

    Giorgio creía tener el poder de juzgar a Violetta, también lo tomó Alfredo, pues su rabia por sentirse abandonado le lleva a la humillación de su amante. Ambos desaparecerán de la vida de ésta, mientras su cuerpo se consume más allá de la pena. Y ambos vivirán su muerte, puesto que la veritas impera y el arrepentimiento tiene cabida, Giorgio y Alfredo lamentarán su trato para con la joven; Alfredo implorará la oportunidad de vivir su amor frenético, pero Violetta Valèry caerá desfallecida: hay cosas que no tienen remedio.

    El pasado viernes 25 de octubre disfruté de la representación de La Traviata por parte de OPERA 2001 en L’Auditori de Torrent, con la magnífica puesta en escena de la soprano Ainhoa Garmendia, que no sólo no deja indiferente, sino que emociona, transmitiendo pasión y vida -o la ausencia de ella- humedeciendo mi rostro al final del Acto II y del Acto III. Mujer doliente, La Traviata

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