Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

lunes, 29 de diciembre de 2014

El regalo de la vida


La vida nos da vueltas, 
ave de vertiginoso vuelo; 
intentas ver qué forma tiene
-te cantaron su promesa-
manteniendo tu mirada en ella,
o intentándolo;
girando a la vez que ella, 
o intentándolo;
rápido, más rápido,
girando tan deprisa
sobre ti mismo,
sin mover del sitio
-carrusel desquiciado-;
pero sólo consigues marearte
y caer al suelo.

Y al golpear con tus huesos
sobre el duro frío,
es entonces que viene el vómito
y percibes lo real:
que eres carne y que eres hueso,
acervo de mierda y sangre,
que la vida gira y gira
y te da vueltas,
pero tu culo
-tuyo-
puedes sentirlo;
porque, joder,
debe haber algo más
que seguir al pájaro.




















En Valencia, diciembre de 2014.

martes, 2 de diciembre de 2014

Entre sombras





He estado en muchos lugares, he sido muchas personas, de tacones emplumados al barro humedecido, de dignidades perdidas a mujer de bandera, mujer pantera –o tan sólo una niña hecha de humo, aliento y miedo–. Las personas vivimos entre sombras, sombras de nosotros mismos. Aquí no comienza la historia, ni acaba. No es cuento de fábula, ni metáfora inspiradora.

En la existencia humana hay grandes momentos para pensar, para caer, para la desintegración más ínfima. No te salves, no luches, no hagas nada. Siente el miedo en mi mirada, versos románticos en las uñas, siente los barrotes de tu jaula. 

domingo, 30 de noviembre de 2014

El sueño de la razón; líneas breves al drama de Vallejo

El aquellare, F. de Goya, 1797-98

El sueño de la razón del hombre, cuando el pensamiento se hace uno, cuando la voluntad de ver se trueca en la necedad de imponer lo que uno mismo cree. 
   Unicidad. El poder aplastando al genio, miedo apelando al mismo miedo para avanzarse a sus temores. Lo distinto da pavor. El peligro da pavor. Un monarca para subyugarlos a todos, con la ayuda de una fe, con la fuerza bruta que la ignorancia otorga. 
   Que la ignorancia tiene miedo, y se alía al miedo, y sólo así se siente a salvo. Se cortan las plumas, los pinceles, los cerebros. Se abren las cartas, se manchan las puertas, se abusa en superioridad numérica. El trono y su pueblo contra el viejo profano, herético, profético; un negro: amenaza.

   El sueño de la razón produce monstruos, caníbales que se devoran al son de nuevos trágalas.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La literatura y yo

Soy impaciente hasta para esperar que se caliente la leche. Lo que me gusta de la literatura es la capacidad para mostrar la filosofía en lo cotidiano; cómo puede abrirte en canal, como me sucedió un verano que leí Madame Bovary de Gustave Flaubert, y después  El extranjero de Albert Camus. Bomba.

Me gustan los escritores que me hacen pensar y, por tanto, que me inducen al cambio. Me gustan aquellos que son capaces de hacer filosofía a través de sus propias vidas –espectacular Anaïs Nin, el siempre eterno Charles Bukowski–. Me gusta la autobiografía y me gustan aquellos que utilizan un pretexto, un escenario, como puerta de salida, como la magia de Kundera. Sólo leo historias cuando estoy agotada intelectualmente, pero en esos casos prefiero no leer nada; leo pocas historias pues. Hay temporadas en las que apenas leo, pero me sigue apasionando la literatura del mismo modo, simplemente no es el momento. No es lo único que me gusta hacer, evidentemente.

Aborrezco las personalidades que tan sólo saben hablar de escritores, que no hablan sino citan constantemente. Eso no es arte, es pura repetición. Me aburren profundamente los chistes sobre libros, sobre las peculiaridades del lector, incluso del escritor. Siempre con el molde, ese molde que acaba partiéndose en dos. Cabes o no cabes.

La competición me agota, por lo que en muchos ámbitos soy mediocre, o al menos así estoy considerada. Es maravilloso. Cuanta más presión consigues evadir y más frustras las expectativas que otros han puesto sobre ti más libre eres. No se trata de egoísmo, sino de ‘moldear’ tus propias expectativas aplicadas única y exclusivamente a ti mismo. He llorado un sinfín de veces al escuchar de boca ajena que no soy buena, permitiendo que eso me haga perder la confianza en mí misma. Año tras año, tras año, tras año, he aceptado todas las críticas –u opiniones– y me las he creído. He aceptado que no soy especial y que no iba a tener una vida puramente propia, sino que tenía que dejarme llevar. Y así fue, hasta que perdí el color en el rostro, tenía ojeras cual panda, la vida ya no me servía y estaba cada vez más delgada, marchitándome.

Y a esto es a lo que me enseña la literatura, a aprender de estos momentos. No es necesario mitificar ninguna figura, querer ser o copiar a un escritor que admiras. Sólo necesitas aprender, estar abierto a las vivencias y experiencias de otros. Sin olvidar el criterio, sin olvidarte a ti mismo, sin comparar. La maestría de la literatura reside para mí en este campo. Vomitar, mostrar, jugar. Sin pretensión de enseñanza. La elección es libre. Miro el cristal del microondas deseando que los minutos pasen. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

La perversión del tiempo


Sí, yo también me he enfrentado al apocalipsis del segundero, a la espera de un cielo al final de las escaleras mecánicas del metro; cual burgués decimonónico de tormentosas trivialidades.

Oscuridad, con el frío engaño del amor como revolución. Con el frío de uñas carcomidas, de una garganta gruesa que duele.

Sí, el dolor es subjetivo. Pétalos de oscuro color caen en cascada sobre mi vientre cansado.

Lo que yo quiero no existe y lo que existe me hace daño.

El sexo me debilita. Taparé de nuevo el corazón con mis pies pequeños de sueño en sueño; apestoso letargo.




Valencia, tiempo indefinido, quizá en diciembre de 2013, quizá en algún metro.




viernes, 14 de noviembre de 2014

La eterna lucha

Renegué de la historia que me habían enseñado. Me habían mentido. Únicamente el reino de la maldad no ofrecía brechas. Me habían engañado. La verdad es cuadrada, pesada, densa, no admite matices. El bien es un ensueño, un proyecto sin cesar postergado y perseguido con esfuerzo extenuante, un límite al que nunca se llega. Su reino es imposible. Únicamente el mal puede llegar hasta sus límites y reinar absolutamente. A él es menester servir para instalar un reinado visible (…) ¡Oh, poder, que eres lo único que reina en el mundo!

   Estas son las tremendas declaraciones del protagonista del relato de Albert Camus ‘El renegado’ o ‘Un espíritu confundido’. Sin poder evitarlo, me planteo su solidez, y si no estaremos también engañados –o autoengañándonos– al creer en o perseguir un mundo un poco más justo.

   No nos equivoquemos. Camus no era de los que tiran la toalla, dedicándose a la contemplación y a la satisfacción del yo material en un mundo incorregible. El protagonista de este relato no acaba bien. Nuestro escritor filósofo pertenecía al tipo que yo llamaría idealista trágico, sólo hay que leer sus artículos, su Hombre rebelde. Nunca aceptó las cosas como venían dadas; si había de mellar su pluma contra algún gigante en desigual batalla, lo hacía. ¿Pero confiaba en la victoria final? ¿Creía en la posibilidad de un mundo bueno? Resulta difícil asegurarlo, leyendo sus obras. Mas era un luchador. Si la existencia es gris y cruel para muchos, si la historia está llena de víctimas y amos, él quiso ser un rebelde en medio del torbellino, un grito en el desierto. Así pues, no puso precio a sus ideales; costase lo que costase, su mano seguiría estando al servicio de su pensamiento, de su ideal de mundo, del de nadie más.
   ¡Oh, poder, que eres lo único que reina en el mundo! Efectivamente, a las promesas de bien se las llama utopías y, a las certezas de mal, historia, tragedia o titular. ¿Encontráis algún ejemplo de reinado del bien, que no sea mítico? ¿Encontráis algún ejemplo de III Reich, de Congo Belga, de My Lai, de desaparecidos, cunetas, delaciones, saqueos de ciudades y violaciones sistemáticas? Es cierto: el mal se concreta, se torna denso, se puede ver, oír y tocar.



   ¿Y si la lucha del bien contra el mal lo es en mayor medida de los pequeños actos de bien –actos las más de las veces individuales– contra las grandes epopeyas de maldad? ¿Y si el bien batalla por continuar existiendo, y el mal por prevalecer al completo? ¿Y si la del bien es la figura rebelde que se niega a aceptar su derrota, como la raíz que crece entre el asfalto?
   No cabe entonces duda de que, de ser esto una confrontación eterna, uno es el bando de la placidez y otro el de la congoja. El que quiera acomodarse entre el mal no tendrá más que sentarse y congratularse por los continuos triunfos de su amo. El que opte por la rebeldía del bien comprobará lo poco que alcanza su brazo y la burla, el continuo echar por tierra de sus ideales a lo largo y ancho del mundo. El mal tiene tantos vasallos que ni siquiera los necesita activos, bastándole su conformidad, su aceptación. El bien tiene tan pocos que los precisa en marcha, siempre en guardia y bajo desgaste, sin más recompensa que la moral, que no cotiza en nuestros mercados.


   Para muchos la elección es sencilla.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Exposiciones


Miro el cuadro y me pregunto si se puede albergar tanta belleza, si puedo sobreponerme a la rutina, a que los días pasen como si no fuera a morirme, cediendo las horas y con una sonrisa que a veces duele. Me gusta detenerme en este lienzo, sus ojos brillan como si no le preocupase el paso del tiempo. Y no entiendo por qué, en una habitación tan vacía, tan desnuda, tan sola. Me siento inmortal contemplándola, con esa calma soberbia que supera lo trivial, incluso la duda.
–Salomé, sube un grupo de cuarenta, creo que se te ha acabado el tiempo –me dice José, el seguridad de la Planta 3, tan amable como siempre, advirtiéndome que ha terminado mi pequeño retiro.
–Gracias, José, hasta la semana que viene entonces.

Vengo pronto al museo justamente por esto, es muy difícil caminar tranquila por las salas cuando los grupos de visitantes comienzan a inundarlo todo y ya no puedes ni pensar, ni disfrutar, ni nada. Mi sala predilecta –donde está ella– es además muy pequeña, algunos placeres son limitados. Pero vuelvo constantemente, casi todas las semanas, por eso José conoce mi nombre e intuye por qué necesito la soledad.
Bajo por las escaleras, no quiero una ruptura total y rápida con el estado en el que me encuentro, salir a la calle ya es en muchas de las ocasiones un golpe demasiado fuerte. Del estado reflexivo del óleo necesito salir poco a poco. Además, ya no fumo, lo que requiere un esfuerzo adicional de concentración. Qué difícil es entrar y salir de la Planta 3.
De camino al vestíbulo, empiezo a oír el alboroto, ni siquiera las moradas del arte escapan a ello. Ahora un café y a continuar con el día. Hay bastantes seguridades en la puerta, y lo que debiera ser una fila ordenada de ansiosos personajes, se asemeja más al corro que se crea alrededor de una pelea entre chavales. A pesar de que las puertas de acceso son de cristal, no consigo ver con claridad lo que ocurre fuera. Salgo.
Hay un hombre rodeado por tres seguridades, que le cortan el paso para que no entre al museo. Le gritan y le insultan, él está decidido a pasar pues ha comprado su entrada, contesta. Entre el gentío hay quien está atónito, quien ríe, quien comenta, quien espera, mientras a ese hombre le humillan y le vejan en público. Contemplo la situación porque no comprendo el crimen. Entretanto, la policía llega, pues ha sido avisada por el personal del museo, y se lo llevan arrestado. 

Tan sólo es un hombre disfrazado de payaso.



lunes, 27 de octubre de 2014

Comentario a Fahrenheit 451

   “Era estupendo quemar”, hasta que todo ardió. Los televisores cubriendo las paredes, conteniendo a la familia, a los amigos, que ya no son, que ya no están, salvo en pantallas. El show continuo para escapar del mundo. Pero del mundo nunca se escapa. Él siempre estará ahí para recordarte, antes o después, lo que eres. No conviene perder los sentidos cuando se vaga en la oscuridad. Cierra los ojos, si quieres, mas no evitarás que el mar te trague, cuando decida hacerlo, junto a los demás.


   Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde los libros se transforman en ceniza junto a la mente del hombre. Cuanto menos se conoce más feliz se es. Cuanto menos se comprende, cuanto más se ignora, más se acerca uno al paraíso; químico, artificial, luces de neón, el único posible. Para eso las pantallas, las pastillas, los bomberos. La garantía de no pensar, seguridad a doscientos por hora, cabezas llenas de luciérnagas como metros atestados, para que nada –ni nadie– se mueva. No se preocupen, vivan tranquilos, lo tenemos todo controlado.

   Pónganse cómodos.

miércoles, 22 de octubre de 2014

La sonrisa de la molestia

Abro una libreta y encuentro nuestra foto, en otra ciudad, en mi infancia. Siempre busqué tu aprobación, hasta el punto de romper con todas las reglas –la prueba de los extremos–. Supongo que es un comportamiento algo infantil; no obstante, observo a mi alrededor esta tendencia en las personas, aunque estén acercándose a la vejez. ¿Puede superarse el fingimiento? Alcanzar las metas ajenas, sus expectativas, es una forma de fingir, ¿no?
Constantemente encontramos la excusa para no volar… el miedo, el peligro de la decepción. Ahora creo que ya no puedo decepcionarte más. ¿Es por eso que me siento algo más libre?

No sé exactamente a qué edad debe uno hacerse estas preguntas, en mi cabeza martillean desde hace más de diez años, la década fingida. No puedo culparte, porque no eres responsable. Eso también lo he aprendido. Recientemente, además. Qué manía tenemos de cargar con nuestros lastres a terceros. Invariablemente pensé que no era libre porque tú no me dejabas serlo. Lo cual está muy lejos de la realidad: yo no me siento capaz de actuar según mi parecer por no desagradarte, eso me dolería. Mi condena, por tanto, es mi miedo y no mi educación.
Qué alivio saber esto, saber, pues, que no tengo condicionamientos lícitos sino barreras, cuya alteración depende única y exclusivamente de mí.

Rebelde es ser quien quieres ser.

Ah, y no hay edad para ello. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Dime qué te duele


A veces libera, a veces contamina. Aunque nos gusta pensar que no es así, creemos conocerla. Por comparación o por imposición, simplemente, no llegamos a tener una versión propia. 
Filósofos, literatos, intelectuales, han llenado páginas enteras sobre ella, madres y padres trasmiten a sus hijas e hijos todo su conocimiento, su propia experiencia. Pero nadie sabe nada, no sabemos nada. El ensayo ajeno ilumina pero no pinta trazos en las aceras. 
Es la grandísima incertidumbre, la locura total de la naturaleza. La llenamos de pautas, de adornos, siempre frente al vacío. El misterio irresoluble. Todo es una interpretación. No dejes que te digan cómo vivir. Muérete de miedo, cuestiónalo todo. Es sólo una opinión.

Si algo te duele, si sientes la asfixia, miras tus manos a las que percibes como extrañas, quizá sólo tengas que encontrar tu propio modo de existencia. Escribo para un ‘tú’, pero me lo digo a mí misma. Quiero mi propio misterio.
Hace algunos años, una gran amiga, sabia como ella sola, me contaba en la barra de nuestro bar de los veranos, el porqué del abandono de un destino cómodo, amable, por su presente mucho más incierto. Un buen día, como tantos, se le abalanzó la gran pregunta y la temida respuesta: “¿Esto es todo?” “No, no puede ser todo”. Y marchó, y cambió, y buscó. Siempre la he considerado una valiente, tiene agallas, muchas agallas.

En la búsqueda se sufre, pero en el asiento se muere, poco a poco. Yo sigo sentada en mi habitación, pero voy dándome largos paseos. Y me cuesta horrores, lo que me resulta casi increíble, pero sí, me supone un verdadero esfuerzo alejarme del arrastre y atreverme al yo.

Conocemos experiencias que se cantan desde la sencillez y otras desde el más puro sufrimiento. No hay reglas para esto. Sólo creo en la ilusión. 

viernes, 26 de septiembre de 2014

Jekyll y Hyde

  La maldad, esa eterna compañera, ¿habita en todos y cada uno de nosotros o únicamente en  la mente de psicópatas, asesinos y otros criminales?
  Hoy, muchos optaríamos sin demasiado dudar por la primera de estas opciones, pues no en vano hemos asistido por el camino al más cruento -y al más televisado- período de conflictos y genocidios; mas en época de Robert Louis Stevenson el asunto podía no estar tan claro.

  ¿Alguna vez habéis soñado con no ser vosotros mismos para poder, sin mayor consecuencia para vuestras personas, llevar a cabo cualquiera de vuestros deseos, hasta el más inconfesable? ¿Es el miedo a la ley y, sobre todo, el miedo al rechazo social, a quedar marcado y señalado para siempre, el que nos impele a actuar tal y como marca la moral del momento? ¿Cuánto hay de propio y cuánto de dirigido en nuestra manera de comportarnos en sociedad?


  Estas son las preguntas que el autor de este libro nos lanza, desde su siglo XIX, a través del terrible caso del Dr. Jekyll. Tiene mérito, pues entonces no tenían tantas oportunidades como nosotros para "desatar", en el día a día y de manera socialmente aceptada, el tan humano potencial Hyde. ¿Que vosotros sois hombres enteros, y que todas y cada una de vuestras buenas acciones y pensamientos -o, al menos, toda vuestra laudable contención de los peores de ellos- provienen únicamente de una férrea voluntad moral, forjada desde la más tierna infancia y bla, bla, bla? Bien.

   Dejando a un lado las profundidades del mundo onírico, ¿qué hay que tanto nos gusta en las películas violentas? De estas tenemos una amplia gama: desde aquellas en las que el protagonista se queda solo eliminando a todos los malos y feos, cuyo valor humano entra en liza con el de cualquier insecto, hasta esas otras en las que algún enfermo destroza los cuerpos y mentes de sus víctimas... Éste es el tipo de películas que crean sagas. ¿Y qué hay de los videojuegos? ¿Por qué no ser un brazo de la mafia de Miami y robar coches, atropellar gente y batear a alguna fulana hasta la muerte? ¿Y quién nos impide aniquilar krauts a golpe de Thompson en algún lugar del Frente Europeo del 44? Internet nos permite, además, tener acceso a contenidos "moralmente peligrosos" sin que nadie se entere -o eso queremos creer-, sin movernos de nuestra intimidad, sin que nos reconozcan los vecinos. El mundo de hoy, en resumen, nos da muchas y variadas oportunidades para sacar al Mr. Hyde que nos habita y cometer unos cuantos crímenes execrables sin mayor consecuencia para nosotros mismos, esto es, para el yo social que nos hemos forjado. Este y no otro era el sueño del bueno de Jekyll, queridos lectores: separar entre él y su maldad.

  Si queréis saber cómo acabó, leed el libro.


martes, 26 de agosto de 2014

El halcón maltés, a vuelapluma

   Tras un ajetreado agosto que nos ha mantenido alejados tanto del blog como de la red en general, volvemos con una pequeña reseña, a falta de cosas más grandes, sobre la novela de Dashiell Hammett El halcón maltés, llevada al cine por John Huston en 1941.
   Debo confesar que es la primera obra de género negro que leo. La he bebido rápido, casi del tirón y, en el ínterin, más que lector me he sentido espectador de una de esas películas en blanco y negro llenas de grandes actores y actrices, con sus efectos de luz y sombra que sólo la ausencia de color puede transmitir.

   Ya en la novela, un detective privado y tipo duro, para todos Spade, recibe un peculiar encargo por parte de una belleza de las que combinan inocencia y seducción: seguir a un individuo, por demás peligroso, que ha encandilado a su hermana. A partir de aquí nada será lo que parece, la trama se irá ensanchando y complicando, y sólo la inagotable astucia del detective y tipo duro, sus numerosos contactos y la inestimable labor de su perspicaz secretaria, permitirán al protagonista desentrañar cuanto ocultan las apariencias.
   ¿Tópico? Sin duda. Nuestro héroe es un hombre práctico, soberbio, inteligente, humano tras su cínica apariencia; las mujeres pueden ser bellas, dependientes, pero también embaucadoras y llenas de sombras. Los malos tienden a parecerlo, y todo personaje patético lo es hasta en su atuendo. Las descripciones son abundantes, algo que en mi opinión no le sobra a la novela negra, pues cada detalle y cada gesto tiene importancia.

Imagen traída desde
https://www.flickr.com/photos/sammedia/6049286968/

   Dado que es la clásica obra de detectives –su mismo autor ejerció la profesión–, ¿carece de interés? Pues en mi opinión, como ya he indicado poco versada en este género, no. El argumento y sus giros, los diálogos, están muy bien llevados. No he detectado frases fuera de lugar, de esas que sirven para iluminar a los lectores menos avispados y restan dinamismo y veracidad a las situaciones. Quizás de ser mi duodécima incursión en el género, andaría yo menos predispuesto a compartir mi tiempo con este tipo de personajes pero, si tampoco es su caso, denle una oportunidad, y, de serlo, a su criterio queda. Mas ya les advierto: si tras la lectura les da por ponerse a liar cigarrillos, usar sombrero y andar por la calle sospechando de todo el mundo, sean honrados y no responsabilicen a un servidor.

Saludos

jueves, 17 de julio de 2014

Los hechos del rey Arturo, de John Steinbeck

   He aquí una nueva microrreseña, al último libro que he leído: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, de John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira y De ratones y hombres, entre otros títulos.
   Se trata de una adaptación de la obra de Sir Thomas Malory (muerto en 1471) popularmente conocida como Le Morte d'Arthur. Si ya Malory realizó una compilación e interpretación propia de cuentos y leyendas -tanto franceses como ingleses- sobre Arturo, Lancelot, Ginebra y los caballeros de la Mesa Redonda, procedentes muchas de ellas de viejas historias celtas, esta vez es John Steinbeck quien interpreta la prosa de Malory y la adapta a los lectores de mitad del siglo XX, no sin un enorme trabajo de investigación previo, tal y como demuestran sus numerosas cartas a su editor y a su agente.
   Por desgracia, y desconozco la razón exacta, Steinbeck no terminó el ciclo artúrico, acabando su libro con "La noble historia de Lanzarote del Lago". Esto me lleva irremediablemente a acudir a otras versiones para averiguar qué sucede finalmente con Ginebra, Arturo y Lancelot, qué más fechorías prepara Morgan le Fay y cómo cumplirá Mordred con la profecía del mago Merlín.


   Se trata de una obra de aventuras, sí, pero de aventuras que responden a temas y preocupaciones que son eternos al ser humano: la búsqueda del poder, del amor, de la fama y la gloria. El mismo Steinbeck lo dice en una de sus cartas, al comparar los modernos héroes de nuestros Westerns a aquellos caballeros andantes que se batían en duelos y respetaban su código de honor -piedad ante el indefenso, protección de las damas, amor cortés y galantería, etc.- so pena de caer bajo una maldición de tipo griego, tal y como le pasa a Balin, el Caballero de las Dos Espadas, quien con un acto deplorable marca su destino para siempre.
   Algunos diálogos son dignos de enmarcar, algo que sorprende dada su antigüedad inescrutable. Tal el es caso de Merlín, cuando dice a Arturo, que acaba de ser derrotado por el caballero Sir Pellinore: "A todos, en alguna parte del mundo, nos aguarda la derrota. Algunos son destruídos por la derrota, y otros se hacen pequeños y mezquinos a través de la victoria. La grandeza vive en quien triunfa a la vez sobre la derrota y sobre la victoria".
   Un libro sobre héroes y villanos, sobre honor y deshonor, sobre sabiduría, piedad e inteligencia, sobre corrupción, magia negra y superación; un libro que nos presenta un ideal dentro de un mundo mucho más gris y sucio; un libro, en fin, cuyos ecos pueden aún hoy llegar hasta nosotros.

Saludos

lunes, 7 de julio de 2014

Primera microrreseña a Kundera

   He terminado la lectura de mi primer libro de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, y qué difícil es escribir al respecto.

   Se trata de una obra -y se trata de un autor- con mucho de filosofía y de psicología, aunque no me atrevería a afirmar que sea la suya una producción filosófica ni psicológica; se trata de una obra con mucho sentimiento, una obra -y aquí estoy más seguro- que clama al cielo y a los infiernos, que clama al ser humano.

   Se trata de un escritor que clama, sí, algo que sólo hacen quienes escriben de verdad. ¿Y cómo clama? Pues con asombrosa maestría, a través de personajes tan reales como nosotros mismos, tan familiares que también tendrán nuestro aprecio y nuestro desprecio, nuestra comprensión, nuestra empatía. Sus protagonistas son Kundera y somos nosotros; son cuanto podríamos ser y no somos, o cuanto ya fuimos, querríamos ser o descubrimos -¡vaya!- que en el fondo somos. Es un libro que enseña sin pretenderlo. Es un libro -y, de nuevo, un autor- que yo detecto sincero. No pretende mostrarnos nuestro destino, ni decirnos "¡tú puedes!" o "se más realista". Es un libro que nos habla desde el interior, mostrando todas las cartas de este mundo en el que vivimos, hoy y ahora, sin promesas, ni ataques, ni defensa; tan sólo una ventana como la que Tomás contempla al inicio de la obra, y que susurra que somos tú y yo, y los demás; que somos leves, tan leves como cualquier otra criatura viviente sobre la faz de la tierra. La afirmación es grave, pero flota ligera en el aire, y la respiramos cada día, como un continuo aviso a nuestra vanidad; como el latido que nos recuerda que estamos vivos y, al tiempo, que un día cesará.

   El ser, ¿qué es el ser? Nada más que eso, ser. Es lo leve y es la tragedia. Es la insoportable levedad del ser.


Saludos

lunes, 30 de junio de 2014

Sobre el comportamiento del pájaro inane

   Turbio no era distinto de los demás pájaros de su especie. Tenía un plumaje similar, piaba con voz similar y se posaba sobre las ramas de manera similar a los demás. En todo habría pasado desapercibido de no ser por su extraña forma de volar: donde todos sus congéneres describían vuelos rasantes o trayectorias que les permitiesen desplazarse de rama en rama, de árbol en árbol, él realizaba cabriolas sin sentido, volaba enérgicamente hacia arriba para a continuación dejarse caer en picado, giraba sobre sí mismo y extendía sus plumas como si deseara agrandarse. Nadie entendía esa forma tan atípica de moverse en el aire, carente de todo sentido práctico. Cuchicheaban sobre él, hablaban de su salud mental, lo evitaban en lo posible.

   No eran tan crueles, no obstante, y dejaban que se juntase con ellos en más de una ocasión. Cuando la conversación piada -que siempre giraba en torno a la mejor manera de atrapar una polilla o una hormiga- estaba en su clímax, Turbio sugería de pronto lo maravilloso que sería echar un vistazo más allá del bosque. Nadie, nunca, se aventuraba fuera de la protección del ramaje. Nadie, nunca, volaba tan alto entre las aves de su especie. Desde pequeños se les enseñaba a fijarse en el suelo y en las ramas; nada había que pudiera interesar a un pájaro más allá de las últimas hojas; aun peor, al lunático que se aventurase a volar más allá seguramente lo atraparía alguna terrible rapaz, o perdería oxígeno hasta caer muerto, o se abrasaría con la cegadora luz del sol. No había destino benigno para quien lo intentase. Se hablaba muy poco sobre el tema en las escuelas para pájaros, y únicamente para mostrar ejemplos conocidos -históricos, podría decirse- de intratables locos que decidieron acudir a la llamada de la luz y desaparecieron para siempre. Los más respetados entre los pájaros expertos no sólo eran los más mayores, sino aquellos que con mayor efecto habían teorizado sobre la felicidad e idoneidad de permanecer bajo la sombra del bosque, o sobre las irregularidades genéticas que hicieron de aquellos que alguna vez contravinieron las normas unos subpájaros incapaces de igualarse a los demás, ya desde su misma salida del cascarón. Puede entenderse, en fin, que cuando Turbio realizaba algún comentario sobre la posible belleza del sobrebosque los demás se mirasen entre ellos para dedicarle, en el mejor de los casos, un sonoro silencio.

    El pobre pájaro recibía el mismo mensaje allá donde estuviese: en la escuela, con sus compañeros, con su familia... Pobre del ave que viviese ilusionada con lo desconocido, pues acabaría sus días muerta o enloquecida. Los demás, en cambio, podían aspirar a cuanto de bueno tiene la vida pajaril: caza de insectos, construcción de nidos, piadas a coro. Más allá se extendía la nada, y hablar de observarla era tanto como pensar en estrellarse.

    Así pasaron los años hasta que Turbio, el incómodo pájaro, decidió actuar pese a todos. Esa noche apenas durmió, al alborear desayunó frugalmente y, antes de que la comunidad se levantase, salió volando junto al amanecer y atravesó la copa de su árbol a toda velocidad.

    Al poco y ya despierta, su familia encontró una nota grabada en su habitación: "He decidido volar de verdad, seguir el propósito de mis alas. No os pido que lo entendáis. Sed felices. Yo también lo seré". El padre balanceó la cabeza con tristeza conforme; la madre emitió un suspiro, pero su corazón se alegró: en el fondo ella también creía en lo imposible, solo que ya hacía tiempo que carecía de fuerza para perseguirlo.

  Cuando los conocidos de Turbio se reunieron y la noticia se extendió, todos los pájaros de la comunidad estuvieron de acuerdo: el desdichado estaría ya despedazado en el nido de algún halcón, o calcinado sobre arenas lejanas. En las escuelas, todos los académicos emplearon el nuevo ejemplo histórico del incontrolado Turbio, quien además tenía un ojo desviado y cojeaba, y cuya irremediable locura le condujo a su perdición. Algunos padres, incluso, aprovecharon el reciente suceso para crear moralizantes cuentos de terror con los que amedrentar a sus polluelos.


   Pero un día, en una rama de reunión, surgió otra nota discordante. Un pájaro, que hasta la fecha a todos había parecido normal y buen ave, afirmó que Turbio podría estar vivo, pues no se halló ni una sola de sus plumas por el bosque. La mayoría ignoró o aun se alejó del chiflado, pero unos pocos le dieron vueltas al asunto en sus escondites, o mientras cazaban, o mientras todos a su alrededor piaban sobre la perfección del día a día, del eterno recomenzar y de la seguridad de lo conocido. Así, el virus del pájaro-turbio, nombre con el que algunos intelectuales bautizaron al reciente mal, se fue extendiendo, siempre de manera minoritaria, entre algunas aves de la especie. Los síntomas consistían en ausencias repentinas de las ramas sociales, miradas pensativas a lo alto de los pinos, contestaciones inesperadas en las aulas y, lo más alarmante, algunos grabados sobre los troncos que decían cosas como "Atrévete a volar" o "Quien no ha mirado, no puede saber". Una mañana, desaparecieron cinco pájaros más, de golpe; nada se volvió a saber de ellos y ninguna pluma apareció en el bosque.

   Todos siguieron con sus vidas, pero cada vez más aves miraban hacia arriba, con la luz de entre las ramas brillando en sus pupilas.

sábado, 31 de mayo de 2014

Simbología de poder


Viajar, a quién no le gusta. Siempre esperando el próximo viaje, la próxima experiencia, el gusto por el descubrimiento, por el aprendizaje. Cada vivencia que tomamos como única y que pensamos que cambiará nuestra vida. Y algo cambia, claro que sí.

Mi último viaje, la luz y los paseos, ¡conocer, conocer, conocer! Intentas programar el tiempo que tienes para ver muchas cosas, sin dejar de disfrutar. Al contrario, intentas acercarte a lo nuevo disfrutando lo máximo, queriendo ser parte; al menos eso me pasa, que busco mimetizarme con el lugar y que algo en mí se renueve para continuar con la rutina. Digamos que el viaje es la divina parada.
Soy curiosa, verdaderamente curiosa, y si puedo visitar mucho no visito poco. Pero en mi viaje, en mi último viaje, a mi disfrute le dieron un golpe. Una llega a una ciudad desconocida, sabiendo las visitas imprescindibles del lugar y algunas más que se aprenderán en el camino. Un mapa, siempre se necesita un mapa que te indique bien dónde están esos maravillosos lugares que tus sentidos no pueden perderse. Lo monumental se te muestra y tu retina debe de quedar fascinada. Generalmente había sido así. 

No puedo asimilar más símbolos de poder. Desde luego, no sin ser consciente de lo que estoy haciendo, de lo que estoy viendo. Frente a lo monumental, que parece adormecer los sentidos, olvidamos su verdadero significado. Esta sensación incómoda me sobrevino paseando por un palacio y sus jardines; si bien no eran los más increíbles que había visitado, sí me supusieron una suerte de repetición, era más, un poco más, de la gran distancia entre ellos y nosotros. Pensé en todos los lugares en los que había estado, en la gran cantidad de monumentos que había conocido en mi paso por ellos –y no, cuando viajo no sólo visito palacios o catedrales, pero mentiría si no reconozco que están en mi itinerario–. No rechazo el aprovechamiento artístico, histórico y cultural de este tipo de visitas, de donde sin duda aprendo, pero el componente social, simbólico y discursivo de estas representaciones es harto fuerte.
Seguiré visitando monumentos, por supuesto, pero con consciencia, superando la embriaguez de la belleza. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Microrreseña a Orlando, de Virginia Woolf

  Orlando, novela biográfica cuyo protagonista es real y ficticio a la vez, con un narrador reflexivo y siempre presente junto al lector, es la primera obra de Virginia Woolf que cae en mis manos.

Detalle de 'Las señoritas de Avignon', de Pablo Picasso

  La busqué tras ver la película homónima de Tilda Swinton (1992), atraído por lo extraordinario de una historia que habla de relaciones de género, de sexualidad, de creación literaria, de muda en las costumbres y de costumbres sin muda. La novela habla de todo esto y más a través de Orlando: ella -él- salta por el tiempo, con sus épocas y espíritus. Él -ella- resulta a la vez observador y parte en cada cambio. Orlando tiene pues estas dos grandes ventajas sobre el resto de mortales: viajar a través de las distintas épocas (porque el tiempo es relativo), desde la Inglaterra isabelina hasta la de los años veinte, y haber sido tanto varón como mujer, experimentando cuanto el biógrafo-narrador -o la biógrafa-narradora- es capaz de contarnos y reflexionando, como poeta y como poetisa, sobre todo ello.
  Ser para conocer, crear para existir.


Saludos

miércoles, 30 de abril de 2014

Teatro y Bertolt Brecht



   Acudimos el pasado miércoles 23 al Teatre Micalet a ver L'ànima bona de Sezuan (El alma buena de Szechwan, o Se-Chuan), representada por la Jove Companya d'Entrenament Actoral, Teatre de l'Abast. No conocíamos la obra, pero sí al autor, Bertolt Brecht, cuyo nombre ya nos garantizaba contenido crítico y no salir indiferentes de la sala*

   Comienza la representación: luz tenue (admirable la iluminación durante toda la obra), escenografía humilde (admirable el hacer mucho con poco), y el grupo de actores se nos muestra con una coreografía inicial, muy oriental, cuyo sentido a priori desconocemos. Aquí me asaltó la duda, pues podríamos habernos metido en una de esas adaptaciones, tan en boga hoy día, que con la excusa de un clásico o un autor renombrado te encajan algo que poco tiene que ver con el original y que, por alguna razón inextricable, siempre está lleno de coreografías la mar de sensuales que a su vez llenan -y hasta  rebosan- los tiempos del drama. Temí, pues, que esta fuera una de esas modernísimas obras, mas en seguida salí de mi error.
   Cada actor tenía varios papeles, cada uno con su propia voz, con su propia actitud; es admirable la rapidez con que cambiaban de registro. La protagonista, Shen-Té, borda los suyos. La música es la apropiada; la luz va al compás, como las voces, y las nuevas coreografías encajan a la perfección en la obra, esto es, nunca están fuera de lugar, algo que se agradece.

   Cuanto al contenido, sorprende por su realismo, por ser un grito -y un sacrificio, pues el autor que así grita siempre arrastra consigo una pesada carga- a la verdad; sin maquillajes, sin ficciones suavizantes. La bondad no es cómoda en este mundo, la bondad no supone retribución alguna, antes al contrario, puede llevar al bondadoso a la extenuación, porque en este mundo que pisamos no se alaba al honrado, ni se le sonríe sincero, ni se le es agradecido; antes bien nuestro mundo es ingrato, falto de honradez y de misterio, descarnado, demasiado real, demasiado mundano. En esta forma de existencia, la supervivencia y la bondad están reñidas, quedando la crisis del alma asegurada.

   Vayan a ver la obra o léanla. No es un himno a la alegría, sino a la reflexión. ¿Hasta qué punto somos responsables de cuanto reprobamos? Quítenle la máscara al villano: observarán su propio reflejo.

Saludos




*Aquí podéis ver otra entrada relacionada con el autor.


domingo, 13 de abril de 2014

La Historia Imparcial

Existen hechos, relatos históricos controvertidos; verdaderos hitos de doble lectura, incluso múltiple. No siempre la cercanía o la abundancia de testigos ayudan a fijar datos. (Datos, bonita palabra). Podemos asumir un cierto relato sobre un pasaje del pasado más antiguo o reciente. La Historia, versada en mentiras y verdades –falacias y verdades absolutas–; no podemos obviar que es un constructo. Puede llegar a ser, y lo ha sido, el mejor de los instrumentos: legitima naciones, ideologías, identidades, discursos… la Historia da motivos.
La verdad no está en los libros, en las estadísticas o en los informes. Aceptar cada información que recibimos como válida supone olvidar que ese retrato está realizado por una persona –o varias–; es, por tanto, subjetivo. El esfuerzo por la profesionalidad o la objetividad no anula el corazón que late, que tiene sus preferencias, sus propias ideas, incluso sus propios deseos. De ahí la necesidad de crítica, en primer lugar con nosotros mismos. ¿Qué actitud tomamos? ¿Qué postura? ¿A qué nivel nos implicamos?

La Historia es política. ¿Compartimos una misma visión de la Historia si no compartimos un mismo modelo estatal? ¿Existe la unidad nacional si no compartimos el mismo modelo estatal y, por lo tanto, nuestro código ideológico difiere y así no podemos asumir la Historia de la misma forma? En vísperas del 14 de abril, aniversario de la Segunda República Española, camino por la calle y las banderas republicanas ondean. ¿Viven la Historia estas personas como la viven otras que sí se sienten identificadas con el modelo estatal existente? 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Microrreseña a una comedia de Wilde

La importancia de llamarse Ernesto ('The Importance of Being Earnest', 1895*) responde a cuanto cabría esperar de la afilada pluma de Oscar Wilde: grandes dosis de humor, sagacidad y crítica mordaz a las clases altas, que destacan por su continua exhibición de superficialidad y afectado cinismo. Dividida en tres actos, la obra sorprende por la maestría de su autor en los diálogos, que transitan entre el absurdo irreverente, del que bien pudieran haber bebido los Hermanos Marx, y las más afiladas confrontaciones de egos. Siendo de por sí el libro hilarante, en verdad envidio a quienes hayan tenido ocasión de ver la comedia en el escenario, bien representada.



La obra trata de engaños, de falsedades urdidas para ocultar verdades, para velar acciones que, de otra manera, serían socialmente reprochadas a los personajes; de ahí la guasa del título original. El cálculo egoísta, el uso de la amabilidad, de la simpatía e incluso del romanticismo como mero maquillaje para voluntades mucho más materialistas, son otros de sus ingredientes. Una lectura, en fin, que no dejará en absoluto insatisfechos a los amantes del creador de Dorian Gray.

Saludos


*Efectivamente, parece que hubo un error en la traducción de la obra, error que se habría mantenido hasta hoy. El título de la comedia juega con la similitud del sonido inglés entre las palabras Ernest y Earnest (Ernesto y serio o formal, respectivamente), con lo que el título original vendría a ser más bien "La importancia de ser formal".

miércoles, 12 de marzo de 2014

Llévame al teatro, San Juan

La función no ha empezado, el gentío es todavía gentío y no espectador silencioso. Serio, el actor asoma al escenario que espera: aun no son uno. Muchos libros sobre una pequeña mesa: un lector ausente. Las luces caen y el monólogo comienza: no, no es sólo una voz, es un eco. Entre la risa, un dolor y una esperanza. Drama. Alberto San Juan: Autorretrato de un joven capitalista español.

La trayectoria del desconocimiento hecha arte; hecha grito, reflexión, susurro. Un recorrido de más de dos horas acerca de la historia española reciente, una vivencia personal y una reflexión colectiva. Me pondría muy metafórica, pero creo que no es necesario, no en este caso: es magnífica, por qué no decirlo. San Juan propone la función a modo de diálogo –diálogo interior–: hasta dónde estamos dispuestos a llegar; qué perder, qué cambiar. Qué parte de nuestros bienes materiales somos capaces de rechazar por tener mayor capacidad de decisión sobre nosotros mismos, la libertad inmaterial. ¡La verdad que duele, pero que está ahí, al alcance de la mano, por mucho que trate de esconderse!
El actor habla de sí mismo al hilo del desarrollo del contexto español; explica que su concienciación, su motivación para el cambio, vino de la mano de encontrarse sin trabajo, viendo sus necesidades alteradas por causas externas. Entonces, el cues­tionamiento del sistema democrático y la posterior pregunta: hasta dónde somos nosotros cómplices, ¡o ciegos! Con la gracia que le caracteriza, narra la configuración del sistema donde nos encontramos inmersos, desarrollando un eje cronológico desde finales de los años 60 hasta la actualidad: los actores, los hechos, la manipulación.

Aun siendo una crítica muy mordaz, es tremendamente divertida, inspiradora; yo la viví con emoción, suspendida entre el guiño de la rebeldía hecha risa y la triste frustración de quien se siente partícipe de su propio engaño. Pero ahí es a dónde quiere llevarnos San Juan: a revolucionarnos con el humor, a concienciarnos; soplan los primeros vientos desde el teatro. Del escenario a la calle, este es el arte que a mí me gusta. Llévame al teatro, San Juan. 

miércoles, 15 de enero de 2014

Microrreseña a La peste, de Albert Camus

Una ciudad tan normal e insulsa como cualquier otra; incluso más. Un día empiezan a aparecer ratas muertas, y al poco es la gente la que muere. Toda una urbe en cuarentena, familias separadas, sueños y proyectos deshechos, el azar no tiene miramientos con nadie
La peste no respeta la bondad, no respeta la maldad: no respeta nada que venga del hombre. La peste actúa con fría e insondable lógica, sin razón, pues no la necesita, pues no entiende de dolor. La peste es, efectivamente, algo absurdo. ¿O lo absurdo es la esperanza humana?
Camus da su personal respuesta a esta cuestión al final de su magnífica novela.





Saludos


sábado, 11 de enero de 2014

La rebelión condenada: Charles Bukowski


Qué es el prototipo sino claudicación. Y de fondo, una voz que relata un desgarro, un desgarro social. El Estado del Bienestar, la América de las posibilidades… una sociedad que cuadricula. Y un grito.
Lo diferente convertido en marginal y unas promesas versadas en falacias. ¿Dónde está la línea que marca la diferencia entre la retirada y ser retirado? Hasta qué punto es rebeldía, hasta qué punto es necesidad frente a la asfixia. ¿Importa?

Creo que llega un momento en que no importa, lo importante es la reacción. Ahí es donde encuentro a Bukowski, más allá de relatos e imágenes mitificadas, que poco me interesan. La sangre en el verso, el reconocimiento sincero, el yo sensible, duro, rebelado… la crítica. El otro lado del Sueño Americano.

De una sensibilidad impresionante, reniega del poder, reflejo de la realidad humana. Charles Bukowski representa la lucha individual frente a un mundo que detesta, supone una crítica total a la sociedad, a la condición “políticamente correcta”, basado en una vasta conciencia de la realidad social. Voz de aquellos que no tienen oportunidades, aquellos que no caben dentro de un marco que presiona, que homogeneiza, que anula. Un mundo que odia al diferente.

Ernest Gellner apuntaba que: Un hombre sin nación no admite un encuadramiento en las categorías reconocidas y mueve a rechazo. Bukowski apunta que el pobre tiende a la falta de patriotismo, pues poco tiene que perder.  

He leído distintas obras de Bukowski, habiendo una que llamó especialmente mi atención: La senda del perdedor (1982). Narrando los sucesos acontecidos durante su infancia, adolescencia y primera juventud, cuenta una historia de tristeza y desesperación. Su relación con el alcohol comienza siendo un chaval, como reacción frente al desarraigo, buscando la evasión hacia la vida que le había tocado vivir, ante esa abrumadora inteligencia a la que no daba más salida que la desidia y el tedio. Adoptando una actitud marginal, como marca del sino. Resignación frente a la exclusión y a la autoexclusión. Nos habla de los condicionantes, de los que ninguno escapamos. Por supuesto, tampoco escapamos a la ausencia del amor, sobre todo del amor propio.

Me hace pensar, desde luego. No veo a Bukowski como un mito, sino como un reflejo de la realidad, el desamparo de la vida. El valor de decir lo indecible. No creo en la imitación, ni en la idolatría, aspectos que rodean a cierto tipo de escritores, algo controvertidos. Lo mortal es erróneo, pero una escritura tan viva comporta un sinfín de sensaciones. La maestría de trasladar a reflexión profunda desde un posicionamiento sencillo; o de no llevarte a ningún sitio. Su sinceridad, tan aplastante que roza lo doloroso, lo desagradable.

Si Charles Bukowski pretendía o no mostrar todo aquello de lo que estoy hablando, no lo sé –claro está que el subjetivismo está impregnado en cada lectura, ¡y dónde no lo aplicamos! Que su obra supone otro tipo de ventana, no hay duda.