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viernes, 26 de septiembre de 2014

Jekyll y Hyde

  La maldad, esa eterna compañera, ¿habita en todos y cada uno de nosotros o únicamente en  la mente de psicópatas, asesinos y otros criminales?
  Hoy, muchos optaríamos sin demasiado dudar por la primera de estas opciones, pues no en vano hemos asistido por el camino al más cruento -y al más televisado- período de conflictos y genocidios; mas en época de Robert Louis Stevenson el asunto podía no estar tan claro.

  ¿Alguna vez habéis soñado con no ser vosotros mismos para poder, sin mayor consecuencia para vuestras personas, llevar a cabo cualquiera de vuestros deseos, hasta el más inconfesable? ¿Es el miedo a la ley y, sobre todo, el miedo al rechazo social, a quedar marcado y señalado para siempre, el que nos impele a actuar tal y como marca la moral del momento? ¿Cuánto hay de propio y cuánto de dirigido en nuestra manera de comportarnos en sociedad?


  Estas son las preguntas que el autor de este libro nos lanza, desde su siglo XIX, a través del terrible caso del Dr. Jekyll. Tiene mérito, pues entonces no tenían tantas oportunidades como nosotros para "desatar", en el día a día y de manera socialmente aceptada, el tan humano potencial Hyde. ¿Que vosotros sois hombres enteros, y que todas y cada una de vuestras buenas acciones y pensamientos -o, al menos, toda vuestra laudable contención de los peores de ellos- provienen únicamente de una férrea voluntad moral, forjada desde la más tierna infancia y bla, bla, bla? Bien.

   Dejando a un lado las profundidades del mundo onírico, ¿qué hay que tanto nos gusta en las películas violentas? De estas tenemos una amplia gama: desde aquellas en las que el protagonista se queda solo eliminando a todos los malos y feos, cuyo valor humano entra en liza con el de cualquier insecto, hasta esas otras en las que algún enfermo destroza los cuerpos y mentes de sus víctimas... Éste es el tipo de películas que crean sagas. ¿Y qué hay de los videojuegos? ¿Por qué no ser un brazo de la mafia de Miami y robar coches, atropellar gente y batear a alguna fulana hasta la muerte? ¿Y quién nos impide aniquilar krauts a golpe de Thompson en algún lugar del Frente Europeo del 44? Internet nos permite, además, tener acceso a contenidos "moralmente peligrosos" sin que nadie se entere -o eso queremos creer-, sin movernos de nuestra intimidad, sin que nos reconozcan los vecinos. El mundo de hoy, en resumen, nos da muchas y variadas oportunidades para sacar al Mr. Hyde que nos habita y cometer unos cuantos crímenes execrables sin mayor consecuencia para nosotros mismos, esto es, para el yo social que nos hemos forjado. Este y no otro era el sueño del bueno de Jekyll, queridos lectores: separar entre él y su maldad.

  Si queréis saber cómo acabó, leed el libro.