Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

jueves, 23 de julio de 2015

El fin de los afortunados

  Algunos, los afortunados del mundo -jóvenes con formación, con cierta vocación, con algún que otro ideal, con esperanza siquiera en nosotros mismos- vagamos en la existencia sin saber muy bien qué hacer, o lo que es lo mismo, cómo ser. De alguna manera, nos han quitado la clave, el instinto, durante todos estos años; nos han dejado apagados, necesitados de instrucciones, de directrices, de señales claras. ¿Dónde está la carretera prometida, o dónde al menos el sendero -ya que la vida está dura- hacia la promesa? Hemos crecido siguiendo un espejismo, generado fuera de nosotros pero inexistente más allá de nuestros sentidos errados. ¿La culpa, querido Bruto? Pues en nadie, diría yo. 

   No se trata de lanzar nuestros lamentos al viento. Se trata de cambiar de paradigma, de estilo, de empuje, de sangre. Seamos, sin más. ¿Acaso no veis que es mentira? Más cursos, más postgrados, más carreras, más exámenes, más dinero, más madera, para ellos; menos horas, menos tiempo, menos vida, menos parte, menos arte, para nosotros. El mundo siempre se ha construido sobre las espaldas de quienes sufren callando, y aceptan; la educación, en su cara soterrada, nos prepara a ello. Pero hay una incongruencia, un fallo en el sistema. Algunos de los hiperformados han ido más allá, van más allá e irán más allá de lo pautado, como esas máquinas y dinosaurios que se rebelan al hombre en Hollywood. A ellos espera el malestar, la duda, el desasosiego, el sinsentido de una vida que dista mucho de la imagen ideal que durante tantos años se construyeron. 

   Deconstruir, reconstruir... ¿y cómo hacerlo? Derríbalo todo, allá en tu mente, y parte de una sola premisa: pienso, luego existo, más por corto tiempo. A partir de ahí, veamos qué es lo que de verdad importa.


jueves, 16 de julio de 2015

Vidas perras



El mismo día en que se celebró el Festival de Carne de Perro de Yulin fui al cine a ver la película húngara ‘White God’, de Kornél Mundruzcó. Siempre es interesante debatir acerca de la conducta humana. Siempre es duro observar sus realidades. Normalmente, apuesto por analizar el origen de los comportamientos: la educación y el contexto. Así explico la supuesta naturaleza del ser humano y el desarrollo de distintas pautas sociales. El desmembramiento de esa supuesta naturaleza es el punto más interesante que puede alcanzar la filosofía, a mi entender. Más hoy, si cabe, en un mundo altamente comunicado e hipócrita.

Muchas veces tendemos a confundir la psicopatía con la fuerza de las costumbres o la presión externa: la normalización de las pautas. No hace falta leer mucha Historia u observar en exceso los distintos pigmentos con los que está coloreado el planeta y los seres que lo habitan. Me interesa, en particular, tratar el tema de la crueldad, uno de los comportamientos más intrigantes que, a mi parecer, mucho tiene que ver con la consideración que se tiene del Otro. Un mismo hecho puede tener múltiples valoraciones, motivar el horror o la más pura indiferencia. Ahí radica el gran enigma de la humanidad, y no en Dios. 

El Festival de Carne de Perro de Yulin celebra la llegada del verano en la región china de Guangxi. Frente a la indignación de miles de personas, se hierven perros con muchísima normalidad. La normalidad, que es un mero concepto, divide pasiones y enfrenta posturas. Sinceramente, el tratamiento de los animales me resulta uno de los temas más polémicos y, a la vez, velados. Esa indiferencia frente a su sufrimiento viene dada por la posición desde donde están considerados, que es baja, muy baja, bajísima.

Este es uno de los motivos por los que la película de Kórnel Mundruzcó me parece más que necesaria. Lloré incansablemente, pero no sólo por lo emotivo del largometraje, sino por el recuerdo de todo aquello que acontece en las cloacas de la humanidad.