Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

lunes, 26 de septiembre de 2016

Crimen y castigo


 Al razonamiento se había impuesto la vida.



 De la novela de Dostoyevski cada uno sacará un mensaje diferente y más o menos coherente con sus circunstancias vitales. Para mí, lo que el autor ruso explora a través de sus personajes son las posibles razones para existir, esto es, el sentido de la vida, y cómo es ésta una cuestión que por doquier atormenta a las almas sensibles. Cuál es la propuesta, es decir, la respuesta que el escritor da a esta pregunta máxima es ya algo más difícil de establecer. 


  Sé lo que diréis muchos, que la novela trata de un joven enajenado y asesino, de su megalomanía infructuosa y sus problemas de conciencia... y no os falta razón, pues a lo largo de sus numerosos personajes y diálogos el genial autor toca muchos palos: la experiencia de la miseria, las opiniones de los socialistas rusos, la moda del nihilismo y las tendencias psicológicas de la época, la diferente perspectiva entre la potencia romántica de la juventud y el ''saber hacer'' asentado en la edad y el conocimiento de los caracteres humanos, o entre la forma de vida fundamentada en una ética social -y más o menos hipócrita- y aquella otra basada tan sólo en el dionisíaco placer de los sentidos. Aun así y en mi opinión, la base sobre la que yace el edificio de este complejo libro es aquella que apuntaba arriba, la de qué sentido le damos a nuestras existencias para convertirlas en verdaderas vidas. 

   Raskolnikof, el protagonista, es una de esas personas en las que una amplia inteligencia unida a una extremada sensibilidad dan lugar a un ser torturado; alguien que no se encuentra a gusto con la sociedad, sus normas, sus códigos morales, y sin embargo no sabe vivir sin atenerse a ellos; alguien en quien la voluntad y los hechos se oponen; alguien que no sabe disfrutar de las pequeñas cosas, que razona demasiado -sin la fuerza maquinal de quien se adapta sin pensar a su contexto- y se entrega demasiado poco a los sentimientos centrífugos. Siente una piedad excesiva por sí mismo y es a la vez su peor juez, su propia némesis. Intenta verse como un héroe, un resistente, pero no lo es, pues ya no hay héroes -quizás jamás los hubo-, y se deprime, se hunde, se solivianta, mata. Hasta el epílogo de la novela no vislumbré la conclusión, que es la que sigue: la vida es lo que es, y sólo nosotros, junto a esos otros "nosotros" que nos rodean, podemos darle un sentido que nos aleje del dolor y la locura.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Diálogos conmigo mismo (I)



- Hazte adulto. Madura. Deja de creer en tu dios, el amor. Las cosas nunca salen como uno quiere.

- A veces lo hacen.

- Sí, a veces sí. Pero la realidad siempre acaba haciendo aparición, y golpea duro al desprevenido. ¿Y la realidad definitiva? Ésta es la muerte: el mayor regalo de la naturaleza. ¿La abrazarás cuando te llegue?
Sólo los ilusos se aferran.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Homo

La mierda huele y echa humo
lo mismo que un buen pollo
o que la exbruja y expagana
Fotografía del autor (Alboraia)
quemada por los hijos
de un dios de amor.

La Tierra hiede y echa humo
factorías y cloacas,
mar de mierda subliminal
sobre el que la sociedad descansa
en profundo sueño.

Nos pudrimos, sin duda,
rápido por dentro, más lento
por fuera.

Nos creemos mucho
-merecedores de un certero apocalipsis,
principio y final de la historia-
mas somos menos que nada,
puesto que la nada perdura
en su lucha con el algo.

Somos la gota que se evapora
y cree sobre el mar reinar;
elegida entre las olas,
sentido de las mareas...

¡Cómo crece nuestro orgullo!
Ligera pompa,
previsible y vana.