Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

domingo, 6 de febrero de 2022

De urbano a rural

Vivir en un pueblo, para alguien acostumbrado a las grandes urbes es, desde luego, un cambio. En mi caso, un cambio a mejor, aunque no sé si pasaré aquí donde me hallo el resto de mis días; que la familia tira... y las obligaciones para con nuestros mayores. Gracias a la plaza que obtuve en concurso de oposición me encuentro en un pueblo del Baix Maestrat (norte de Castellón) de algo menos de 2000 habitantes, un lugar repleto de historia en forma de construcciones, a veces restauradas (como las murallas e iglesias), a veces abandonadas (como las norias para extraer el agua). También destaca la historia natural, las montañas y, especialmente, los olivos. No me acostumbro a esos olivares con especímenes de troncos enormes, enroscados, semejantes a elefantes petrificados. Están bien vivos, como atestiguan sus ojas y sus olivas que tanto gusta de engullir mi perro. Encaramarse a uno de ellos es algo que, seguramente, nada más haría un niño o un urbanita como yo, que todo lo ve con ojo romántico.

 
Fotografía del autor
El placer de dormir sin ruido, de caminar sin ruido, de vivir sin ruido es para un servidor, tan mental, tan amigo de evitar las conversaciones que a nada llevan y que nada aportan, como un dulce néctar. Me encanta salir a diario con el perro (de reciente adquisición, gracias al pastor del pueblo: bellísima persona) y darme dos horas de camino, de exploración externa e introspección interna, donde solo empleo algunos silbidos para el can de tanto en tanto. Nunca he meditado ni he hecho yoga, pero teniendo una ruta despejada (lo más posible) de coches y gente, un palo, el perro y yo, alcanzo con facilidad esa felicidad tranquila que me permite observar y ver: el cielo enrojecido por el atardecer, el color plata de los olivares al ser mecidos por el viento, detectar al conejo que se escabulle, al buitre que quizá nos mira a su vez a centenares de metros, como dron antiguo de los dioses del Hades. 

 Me hago mayor y me faltan las palabras para expresar cuanto pienso, para pensar cuanto siento. Cada vez asisto, cosa extraña, a menos conversaciones y debates interesantes (esos sí que me hacían pasar buenos ratos con la gente); la gente con la que antes hablaba de estas cosas ahora se ciñe más a los mismos temas, a los temas de siempre, básicos, sencillos, inofensivos. Hay quien se ofende -pasa mucho últimamente- si se tocan ciertos asuntos relacionados con la política, con los cambios sociales, éticos y morales; la matización es percibida como una crítica directa a la persona, a su entidad (o identidad construida). Hemos cambiado a peor -aquí no hay duda- en este sentido. Me aburren las conversaciones sobre el día a día, las que escapan de cualquier tema trascendental, pues únicamente en estos últimos aparecen las ideas duras, las ideas-hueso, las ideas-fundamento, que tanto cuesta enfocar, evaluar. ¡Nadie te pide cambiar de chaqueta! Basta con salirse un momento del propio traje y observarlo con los ojos del visitante. Hablar, escuchar. Es un ejercicio que puede ser constructivo, ¡pero qué pocos están dispuestos a hacerlo! Antes prefieren no hablar, enojarse, marcharse. ¡Sucede tanto en estos pseudo-concilios que son los grupos de whatsapp! Seguro que muchos lo habréis experimentado. 

 En fin, que por contraste acaba por parecer auténtica la piedra, la serpiente que se cruza, el cielo que se alarga en rojo, el perro que salta entre las hierbas secas, sintiéndose -y haciéndonos sentir- tan vivos. Quizás un día deba renunciar a todo esto, a vivir entre todo esto, a ver tractores a diario, olivos a diario, montañas a diario; quizás un día vuelva al asfalto y al cláxon y "lo rural" quede como una afición de "una vez al mes", reducido así a un barato capricho. Quizás. Quizás. Entre tanto, a disfrutarlo, y a llenar los pulmones del aire limpio y antiguo del Maestrazgo, que ya mecía sus olivos hace cientos de años. Al fin y al cabo, todos estamos de paso.

martes, 26 de enero de 2021

¿Qué es, lo sagrado?

 ¿Existe algo trascendente? ¿Algo que supere nuestra individualidad, nuestra materialidad? ¿Algo además de cuanto de material nos rodea? 


Alguien de por aquí, occidental, estudiado, laico, con cultura en la historia de distintas religiones y formas de pensamiento, tenderá a observar que lo más lógico es pensar que no, que todo son constructos. Se basa en su experiencia sensorial, en la de aquello que percibe "a simple sentido" y en aquello que ha leído. Pero esta forma de igualar lo lógico o racional a la ausencia de esa trascendencia es también, me temo yo, un producto histórico, no escapa al propio condicionamiento de todo lo demás: piensas así porque vives en una cultura en la que la intelectualidad se ha ido acercando a lo laico, a lo agnóstico o a lo ateo progresivamente. Si no fuera así, quizás lo que para este tu yo parece lógico parecería ilógico o, dicho de otra manera: tu perspectiva sería exactamente la contraria. 

Es por esto por lo que me parece un acto de humildad dudar incluso sobre la propia lógica, pues esta no es extemporal ni se produce al margen del espacio en el que nos hemos criado.

'La barca solitaria', acuarela de Carlos Blasco Tena


Soltado este rollo (se nota que te haces viejo cuando empiezas a elucubrar como Unamuno, y encima bebiendo tinto) vayamos a donde quería entrar: esas sensaciones o impresiones de trascendencia. Me refiero a esas ocasiones en las que quizás digamos "qué casualidad" pero por dentro pensamos "qué va" mientras nos embarga esa sensación de que nos han enviado una imagen o señal por y para algo, o a nosotros mismos a un lugar por y para algo. ¿O hay alguien tan pegado a sus botas (o a su i-phone) como para no haber sentido nunca algo así?

Ahora está de moda llamarlo energías, que actúan haciendo y deshaciendo a su antojo... como si esta forma de pensar fuese mucho más moderna y evolucionada que creer en un dios entrometido. Sea como fuere, cada vez me doy más cuenta de que al ser humano le viene bien creer en el sentido de las cosas, más allá de las explicaciones científicas o racionales (que siempre tienen el límite de la ciencia actual). Desde antiguo hemos buscado un sentido a cada ruido, sueño o vuelo de ave. Es el mismo impulso que mueve ahora la investigación científica, la búsqueda del sentido, de la explicación que ordene, que nos lleve a entender.

Pero existen cosas que son más pequeñitas que todo eso; que son personales. Cosas que tienen que ver con nuestras propias peripecias vitales, con gentes con las que topamos, con hallazgos. Para esas cosas no cabe buscar en la ciencia, sería absurdo. Entonces recurrimos a explicaciones como "el destino". ¿Hasta qué punto somos sus agentes? ¿Cuánta influencia tenemos?

Yo siempre me he sentido un poco como flotando, como en un kayak. A veces remo con fuerza hasta notar la quemazón en los bíceps, en las muñecas, pero no dejo de estar a merced de las olas y corrientes, por más que pueda dirigir mi pequeña nave. Puedo decidir si acercarme a aquella bahía o si alejarme hacia aquel islote, pero los paisajes y posibles objetivos aparecen ante mi vista, no los escojo yo. Sería como navegar permanentemente reaccionando, sin itinerario ni mapa. A lo sumo puedes saber en qué tipo de isla te gustaría pararte a descansar y, teniéndolo en mente, aprovechar la oportunidad cuando aparezca -y si aparece. Y siempre, siempre, seguir remando; de otra manera el mar se pica, te engulle, te desorienta.

¿Y qué es lo trascendental, pues? ¿Es el mar? ¿Son nuestras ideas sobre aquello que queremos, sobre lo que nos acerca a la felicidad o plenitud? ¿Es el eterno olor a salitre? ¿No es nada, tan solo un montón de agua y manchas de tierra emergida?

Chico. Me pondré otro vaso de vino.

domingo, 15 de marzo de 2020

Pensamientos del encierro (I)

Extraño mundo este
en el que nada vale un
cueste lo cueste.

Mantén la mente atenta
a los intentos de segar tu libertad
con tu venia.

La piedra áspera del esfuerzo y el dolor
es la que girando
nos da filo.
Harás pues bien en prevenirte
de una excesiva seguridad.

Creo que lo planteamos todo mal
y, realmente,
hay en el hombre especies distintas.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Todo es ponerse

  Si este blog ha respondido a alguna necesidad, ha sido a la de escribir, a la de expresarme. Forma así, aun sin haberlo pretendido, una especie de diario. Ese diario que nunca tuve, aunque en al menos un par de ocasiones intenté tenerlo, como alguna gente interesante en el pasado, y como tantos que pasaron desapercibidos. Hay quien dice que escribe para liberar un nosequé, mas no quiere ni necesita remotamente ser leído. Yo... tampoco lo necesito, pero reconozco que siempre me ha hecho algo de ilusión imaginar que alguien leyese lo que escribía, especialmente cuando yo mismo lo he considerado bueno.
  Hace mucho que no escribo mis pensamientos -de pensar, lógicamente, no he parado ni un momento-, y ello puede ser debido a que, por vez primera, tengo buena parte de mi capacidad intelectual ocupada en algo. En el trabajo. 
   Mi vida ha dado un vuelco, podría decirse, aunque sigo siendo yo mismo, y desde mi propio día a día no me encuentro tan distinto. Pero, si tomo un poco de distancia.... joder, sí que han cambiado las cosas. 
   Para empezar,  vuelvo a estar en la tierra del sol, cerquita de este Mar de tantos; y, lo realmente novedoso: trabajo en algo en lo que me tengo que aplicar, y lo hago con gusto. También es cierto que acabo de empezar, pero si Dios quiere (siempre me ha gustado esa expresión; háyalo o no... tiene como un tono andalusí), será la profesión que mantenga mi mente ocupada, entretenida y viva hasta el momento en que me apague.
   Lo que sí detestaría, ya que estamos, es dejar de escribir más allá de mi profesión. Da igual sobre lo que escriba, pero el caso es escribir. Y escribir exámenes, resúmenes, dossiers... desde luego es creativo, pero no debería de ser suficiente para mí.

Fotografía del autor


  Ahora mismo estoy concentrado en la novedad, y mi tiempo libre se lo dedico a leer y poco más. Pero nunca, y digo, nunca, he estado tan contento. No voy dando saltitos, pero, ché, estoy bien conmigo mismo, aun y con -o quizás en parte gracias a- mis abundantes y necesarios momentos de soledad. Y ello me hace elucubrar (it makes me wonder, que decía aquel)... 
   Como muchos, me pregunto en dónde radica la felicidad. La respuesta fácil es que depende del individuo, y a veces la respuesta fácil es la correcta. Así pues, yo ya sospechaba que la felicidad alcanzable, esa imperfecta que consiste en poder decirse "estoy bastante bien", residía en vivir satisfactoriamente, esto es, en cubrir las necesidades que uno tiene. Me refiero a aquellas que van más allá de las básicas (seguridad, comer, dormir). Y si esas necesidades plus ultra se hallan en lo profesional, en lo emocional, en lo material... ya cada uno se apañe con sus logros y progresos en cada campo. Por lo que a mí pertoca, sí, parece que este cambio vital me hace feliz, pues siento que hago algo útil con quien soy. Que comparto quien soy.

   El título de esta entrada tan carente de sentido hace referencia a mi deseo de dejar algo escrito tras dos meses en silencio y, de paso, a la lección que he recibido de la vida y quiero compartir: no siempre, pero en más ocasiones de las que pensamos, lo que nos impide hacer lo que queremos no son las dificultades reales y materiales que nos rodean, sino el hecho de no pasar a la acción, amedrentados por el camino, por la verticalidad, por el campo minado que vemos ante nosotros. No soy tan necio como para pensar que el hecho de "ponerse" es sinónimo de éxito. Pero es, al menos, sinónimo de posibilidad, y en los crueles mundos de absolutos que nos creamos como escenarios de nuestras vidas esto ya es mucho.

  Y le envío un beso a mi abuelo, que siempre me miró como si supiera que esto iba a pasar, y que alguna vez me leyó.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

¿Mande?

Fotografía del autor (Girona)
En el éxito
el fracaso.
Y vice
versa.

El rock de un hueso
fuera del sitio.
Y vuelve
solo.

El poder de la
mente perversa...
que no
procede.

Como el volcán
que con suerte
no eructará

por una
generación.

martes, 16 de julio de 2019

En defensa del límite

El sentido de la lucha es la lucha misma, lo que crecemos a través de ella, y es también la cumbre que queremos alcanzar.
  El esfuerzo y el sacrificio, son palabras denostadas hoy por muchos bienpensantes. Si una relación exige sacrificios, si conseguir algo exige renunciar a otras cosas, no es bueno, no es positivo para ellos/as. Porque, piensan, tú lo puedes tener todo. ¿Por qué renunciar a varias relaciones por relacionarte con una única persona? ¿Por qué tener un par de botas cuando puedes tener seis pares?

  Me encuentro teniendo un pensamiento trasnochado (en relación al de mis contertulios) respecto a este tipo de cosas: somos seres limitados, por lo tanto nuestras elecciones tienen un 'coste de oportunidad', como dirían los economistas. Si escogemos realizar una carrera seguramente estaremos escogiendo no hacer otras cuatro; si escogemos viajar a Roma no podremos volar al mismo tiempo a París; si escogemos relacionarnos íntimamente con muchas personas quizás no estemos consiguiendo la misma profundidad que al quedarnos con una única elegida (mientras la llama dure, que ese es otro cantar).

Fotografía del autor. Horta de València

  Mientras tanta gente encuentra ventajas en esa especie de eslogan, "no renuncies a nada", yo aprecio sus desventajas. Me parece un subproducto de esta sociedad de consumo que te incita a creerte un dios del primer mundo, un dios que puede estar en todas partes a través de las redes sociales y tener conversaciones con múltiples personas a la vez gracias a su teléfono, o comprar todo tipo de cachivaches (qué bella palabra) y complementos, porque por qué renunciar a nada. Es el reflejo de la famosa frasecilla; nos convencen de que si puedes, quieres. Pues a mí me da que al mantener múltiples conversaciones no estás atendiendo a la principal, presente y física; que al querer documentar para el mundo tu viaje no dejas tu ADN en ningún lugar; que al comprar todo lo que puedes comprar acabas por no apreciar el valor de las cosas.

sábado, 22 de junio de 2019

Asueto

Lejos de saber qué me hace feliz.
Miento.
Conozco cosas que me hacen feliz,
al menos momentáneamente,
pero nos obligan a buscar un curro,
claro,
(a nadie servirías vivo si no),
y ahí entra lo complicado:
encontrar qué te ponga contento
durante tanto tanto tiempo,
días, meses y años,
tu vida,
haciendo eso,
y que te dé un futuro,
porque también te inculcaron,
y con razón,
que tengas miedo,
a un futuro sin techo ni quien te eche un cable,
una manta o una máscara de oxígeno.
Y así o encuentras un buen negocio
con tu tiempo
(que te guste la canción es lo de menos),
o ya puedes pensar
en evitar
llegar a viejo.
Y lo mejor es que en teoría
somos los privilegiados
del mundo.
Imagina haber nacido entre la inmensa mayoría
que no puede soñar;
que sólo puede buscar la forma de matar sus horas
y olvidarse del estómago encogido.
Luego queremos ir a verles
en nuestro mes de asueto
y que no husmeen ni nos molesten
mientras sacamos fotos.

Y el buen lector dirá:
"cuéntame algo nuevo, viejo".
Qué quieres, querido;
un poeta no sirve de nada.

Friedrich: Naufragio del mar helado. Wikidata.org