Hay días en los que no sé
cómo volver. A veces, simplemente, estás cansado y te sientas en la primera
parada de autobús que puede llevarte a casa. Ni siquiera lees durante la
incógnita de la espera, tu cabeza lleva activa días y no cabe nada más, sólo
descanso, tan sólo observación pasiva. No eres libre. Odio el agotamiento que
me aleja de la literatura (aunque siempre me acompañan un libro, una libreta y
un bolígrafo –triste utopía–).
No voy a comprobar
cuántos minutos exactos faltan para que pase el 30, no quiero malgastar dinero en ese tipo
de cosas, esperaré. Consulto el horario y descubro que he debido perder un
autobús ahora mismo. No queda excesivo tiempo para el siguiente, esperaré.
El metro está en
huelga, por eso he decidido coger el bus. Normalmente no tardaría más de diez
minutos en regresar a casa, sin embargo, llevo esperando al autobús
veinte. Podría haber ido a otra calle a buscar otro número, más directo o
más rápido, pero no, estoy cansada. Enseguida llegará.
Se acerca el 34. Este también me deja cerca de casa, aunque es más lento. Da igual,
lo cojo, no me apetece esperar más.