Bueno, resulta que no sé qué escribir (será el frío húmedo de mi guarida, que entumece el seso), pero alguien dijo hace tiempo que uno debe darle al teclado con cierta frecuencia si quiere llamarse escritor; así que, aunque sólo sea por conservar el nombre, voy a llenar esto de sinsentidos.
El café, qué haríamos sin él. Yo me estoy tomando uno ahora mismo. Lo difícil es mantenerlo caliente. Sólo lo está recién hecho, pero ya os digo, con este frío se hiela en cuestión de minutos; encima lo mezclo con leche -solo no me gusta- y me da pereza calentarla aparte al fuego. ¿Microondas, dices? Qué burgués. Aquí nos va el gas.
El caso es que a lo sumo lo tomamos templado, y aún así deja escapar humo el jodido; pero igual sucede con nuestro pipí, que está más caliente. Y es que parece que de frío va la cosa. Os prevengo: en Valencia hace frío, no mucho pero húmedo, de manera que siempre pareces tener los pies algo mojados. Además las casas, especialmente las casas humildes, están mal acondicionadas, porque esta ciudad tiende más al verano que al invierno, por lo que no merecía la pena el esfuerzo; con el frío se pasa frío, punto. Así pues el café se hace importante, y los tés, las mantas, tener un gato, compartir piso... Todo esto lo hacemos los jóvenes, no por necesidad, no, sino por darnos calor entre nosotros, por empatía; en ocasiones hasta surgen líos de sábanas, lo cual está muy bien.
Por la noche, ya que me deslizo hacia la antropología, nos reunimos algunos neoadultos en los bares baratos del barrio para tomar dos o tres cervezas... De tanto en tanto nos damos el lujo de comer algo también, que bueno es el cenar, aunque no sea todos los días. Ojo, ya quedó lejos aquello del botellón para nosotros. Yo os hablo de cervezas. Somos de otra generación, la siguiente a aquella, la que en general no es 'nini' y, o bien trabaja, o bien busca algo nuevo que estudiar (más lo primero que lo segundo, que muchos ya descubrimos que lo de la educación y las buenas notas era fuerte pantomima). Del trabajo habréis oído algo... No suele ser una de esas profesiones que te permiten formar una familia a tus veintipico o treinta, sino varias labores cuyos méritos alcanzan para pagar un alquiler, compartido si temes a la soledad (o a quedarte sin blanca), y para tomarte una cerveza cuando quieres, regalarte un par de libros ajaditos, renovar el ticket del metro, tu comida y la del gato.
En fin y concluyendo, que tanto leer no es bueno (a mí me da por olvidarme de lo que pensaba hace segundos): vivimos más humildemente, los que no venimos de las ramas más altas del árbol; a menudo más humildemente que nuestros padres lo hicieron... ¿pero vivimos peor? La felicidad, como la belleza, es relativa, tanto que ni existe. Hay buenos momentos y bellos instantes, eso sí. Ahora bien, ni se os ocurra apuntaros este tanto, gobernantes nuestros. Mi adaptación no es vuestro mérito. (Y acabó la cosa en pulla política. Vaya, vaya...)