Leo a Michel Barlow en Diario de un
profesor novato (Salamanca, 1978) y me lo pregunto sin remedio, acuciado
por su prosa.
La verdad es como una manta
que siempre te deja los pies fríos, improvisaba un estudiante en El club
de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). En este caso parece entenderse la verdad como un
ente que, de alcanzarse, no es en absoluto liberador, ni reporta alivio. Pero
Barlow hace referencia a esa otra verdad inalcanzable a la que, no obstante,
todos aspiramos.
Nadie debería –y menos un profesor– considerar que existe una sola verdad –y
menos la suya. Si no existe una verdad, o si existen muchas, la verdad no existe. Leí una vez (creo
recordar que en Patas arriba, de
Eduardo Galeano) que no existe más verdad
que la búsqueda de la verdad. Buena frase, o buena “verdad” que niega su
propia existencia, al menos en su aspecto cognoscible (el máximo al que podría
aspirar el hombre). Y aquí tenemos la lección –verdadera o no– que nos da
Barlow en su magnífico Diario
(capítulo ‘Contra la pedagogía del boliche’, para más seña): nunca se tiene la verdad en propiedad,
porque la verdad es una persona o una
relación entre personas. Aquel que emite juicios terminantes se cree en
posesión de la verdad; pero, como dice Barlow, juzgar algo o a alguien sin
posibilidad de apelación es matarlo, ya que lo convertimos en substancia
inerte, estéril, simple e invariable, puesto que concebimos que es, fue y será
tal cual categóricamente lo definimos. ¡Y qué poco conocería al hombre aquel
que así lo juzgase!
En las ciencias humanas –sigo con las enseñanzas de este capítulo– no hay
que tratar de simplificar las cosas, de pasarlas al blanco y negro (o al
espíritu del Western, con buenos,
feos y malos), sino que, por el contrario, el ideal es complicar, saber
complejo.
Hay personas –y, peor, profesores, a los que Georges Bernanos llamó, quizá
en un mal día, imbéciles y parásitos intelectuales– que, en lugar de esto,
adoptan por misión impedir de manera sistemática que la gente piense por sí
misma, esto es, ofrecen verdades, problemas resueltos, incluso dogmas. La
enseñanza de Barlow es aquí genial: que
vuestra primera virtud no sea la certeza (…), acoged con respeto y simpatía todo pensamiento honesto y sincero,
aunque en un principio hiera vuestras propias convicciones. Es algo básico
ante un compañero de café o ante una clase. Y no sólo eso, también es
enriquecedor someter nuestro pensamiento y nuestras convicciones o creencias a
prueba, para que cambien a mejor o salgan reforzadas tras entrar en liza.
Podemos incluso llevar a cabo el ejercicio solos, ya sea con nosotros mismos o
en diálogo con una lectura (justo lo que hacía antes de escribir estas líneas);
hacer que el pensamiento dialogue consigo
mismo, formulándose a sí mismo objeciones y que se fortalezca triunfando,
como el solitario maestro de ajedrez que lucha contra ambos reyes.
Y otra idea –¡no tiene desperdicio este librillo!– es la de “hablar como es
debido”, ya sea en diálogo –que no monólogo– particular o grupal. Barlow nos
habla de la obligación de ser claros, elemental cortesía hacia los receptores
de nuestro mensaje y sana exigencia frente a nosotros mismos. Hablar es movilizar todos los recursos para
enriquecer al otro (…). La palabra,
como todo lo que une a los hombres, tiene algo de sagrado y no se puede
prostituir. Precioso, ¿verdad?
Concluimos la entrada con una frase y un deseo. La frase pertenece al escritor
Romain Rolland y nos incita a amar a la
verdad –o a esa verdad que es su
búsqueda, y perdonad la intromisión– más
que a nosotros mismos y a los otros más que a la verdad, lo que es todo un
himno a la tolerancia que evitaría muchos disgustos a la humanidad, amén de ser
viento propicio a su avance. Cuanto al deseo, algo personal, es sencillo: que
no se nos olvide, como individuos y como seres inteligentes que nos dirigimos a
otros seres inteligentes (para empezar, a través de este Blog), lo defendido en
esta entrada, pues la verdad está ahí
fuera –fuera de nuestro alcance– y, si es lícito fomentar el espíritu
crítico en los demás, no lo es fomentar el de la grabadora sin autonomía, ni
criterio, ni futuro, que nos recibe más que nos escucha.
Saludos
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