Siempre fascinada por la atemporalidad del arte. Esa pequeña
gota que recorre el rostro mientras la emoción invade el estómago frente al
dolor de los amantes. Amor doliente, La
Traviata.
El amor incondicional, la pasión, el amor tierno. ¿Y el castigo? Drama, sí, ¿pero drama femenino? La condena envuelve la figura de Violetta Valèry, por su conducta, por sus excesos. Giorgio Germont, el padre de Alfredo, sentencia: debe abandonar a su hijo. El prometido de la hermana de Alfredo no quiere convertirse en familia de una mujer de su condición. Violetta, rota, acepta con resignación su castigo, asume la categoría que se le otorga. Más allá de la enfermedad que arrastra, arrastra también un pasado impropio del que no se libera y domina su presente.
¿No es acaso Giorgio el reflejo de una sociedad que enjuicia?
Para Violetta siempre será tarde, tarde para el amor, tarde para vivir. La obra
a modo de advertencia moral frente al libertinaje, la consecuencia a la
conducta, el final fatal, la imposibilidad de absolución.
Giorgio creía tener el poder de juzgar a Violetta, también lo
tomó Alfredo, pues su rabia por sentirse abandonado le lleva a la humillación
de su amante. Ambos desaparecerán de la vida de ésta, mientras su cuerpo se
consume más allá de la pena. Y ambos vivirán su muerte, puesto que la veritas impera y el arrepentimiento
tiene cabida, Giorgio y Alfredo lamentarán su trato para con la joven; Alfredo
implorará la oportunidad de vivir su amor frenético, pero Violetta Valèry caerá
desfallecida: hay cosas que no tienen remedio.
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