Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

miércoles, 26 de marzo de 2014

Microrreseña a una comedia de Wilde

La importancia de llamarse Ernesto ('The Importance of Being Earnest', 1895*) responde a cuanto cabría esperar de la afilada pluma de Oscar Wilde: grandes dosis de humor, sagacidad y crítica mordaz a las clases altas, que destacan por su continua exhibición de superficialidad y afectado cinismo. Dividida en tres actos, la obra sorprende por la maestría de su autor en los diálogos, que transitan entre el absurdo irreverente, del que bien pudieran haber bebido los Hermanos Marx, y las más afiladas confrontaciones de egos. Siendo de por sí el libro hilarante, en verdad envidio a quienes hayan tenido ocasión de ver la comedia en el escenario, bien representada.



La obra trata de engaños, de falsedades urdidas para ocultar verdades, para velar acciones que, de otra manera, serían socialmente reprochadas a los personajes; de ahí la guasa del título original. El cálculo egoísta, el uso de la amabilidad, de la simpatía e incluso del romanticismo como mero maquillaje para voluntades mucho más materialistas, son otros de sus ingredientes. Una lectura, en fin, que no dejará en absoluto insatisfechos a los amantes del creador de Dorian Gray.

Saludos


*Efectivamente, parece que hubo un error en la traducción de la obra, error que se habría mantenido hasta hoy. El título de la comedia juega con la similitud del sonido inglés entre las palabras Ernest y Earnest (Ernesto y serio o formal, respectivamente), con lo que el título original vendría a ser más bien "La importancia de ser formal".

miércoles, 12 de marzo de 2014

Llévame al teatro, San Juan

La función no ha empezado, el gentío es todavía gentío y no espectador silencioso. Serio, el actor asoma al escenario que espera: aun no son uno. Muchos libros sobre una pequeña mesa: un lector ausente. Las luces caen y el monólogo comienza: no, no es sólo una voz, es un eco. Entre la risa, un dolor y una esperanza. Drama. Alberto San Juan: Autorretrato de un joven capitalista español.

La trayectoria del desconocimiento hecha arte; hecha grito, reflexión, susurro. Un recorrido de más de dos horas acerca de la historia española reciente, una vivencia personal y una reflexión colectiva. Me pondría muy metafórica, pero creo que no es necesario, no en este caso: es magnífica, por qué no decirlo. San Juan propone la función a modo de diálogo –diálogo interior–: hasta dónde estamos dispuestos a llegar; qué perder, qué cambiar. Qué parte de nuestros bienes materiales somos capaces de rechazar por tener mayor capacidad de decisión sobre nosotros mismos, la libertad inmaterial. ¡La verdad que duele, pero que está ahí, al alcance de la mano, por mucho que trate de esconderse!
El actor habla de sí mismo al hilo del desarrollo del contexto español; explica que su concienciación, su motivación para el cambio, vino de la mano de encontrarse sin trabajo, viendo sus necesidades alteradas por causas externas. Entonces, el cues­tionamiento del sistema democrático y la posterior pregunta: hasta dónde somos nosotros cómplices, ¡o ciegos! Con la gracia que le caracteriza, narra la configuración del sistema donde nos encontramos inmersos, desarrollando un eje cronológico desde finales de los años 60 hasta la actualidad: los actores, los hechos, la manipulación.

Aun siendo una crítica muy mordaz, es tremendamente divertida, inspiradora; yo la viví con emoción, suspendida entre el guiño de la rebeldía hecha risa y la triste frustración de quien se siente partícipe de su propio engaño. Pero ahí es a dónde quiere llevarnos San Juan: a revolucionarnos con el humor, a concienciarnos; soplan los primeros vientos desde el teatro. Del escenario a la calle, este es el arte que a mí me gusta. Llévame al teatro, San Juan.