El mismo día en que
se celebró el Festival de Carne de Perro de Yulin fui al cine a ver la película
húngara ‘White God’, de Kornél Mundruzcó. Siempre es interesante debatir acerca
de la conducta humana. Siempre es duro observar sus realidades. Normalmente,
apuesto por analizar el origen de los comportamientos: la educación y el
contexto. Así explico la supuesta naturaleza
del ser humano y el desarrollo de distintas pautas sociales. El desmembramiento
de esa supuesta naturaleza es el punto más interesante que puede alcanzar la
filosofía, a mi entender. Más hoy, si cabe, en un mundo altamente comunicado e
hipócrita.
Muchas veces
tendemos a confundir la psicopatía con la fuerza de las costumbres o la presión
externa: la normalización de las pautas. No hace falta leer mucha Historia u
observar en exceso los distintos pigmentos con los que está coloreado el
planeta y los seres que lo habitan. Me interesa, en particular, tratar el tema
de la crueldad, uno de los comportamientos más intrigantes que, a mi parecer,
mucho tiene que ver con la consideración que se tiene del Otro. Un mismo hecho puede tener múltiples valoraciones, motivar
el horror o la más pura indiferencia. Ahí radica el gran enigma de la humanidad,
y no en Dios.
El Festival de Carne
de Perro de Yulin celebra la llegada del verano en la región china de Guangxi.
Frente a la indignación de miles de personas, se hierven perros con muchísima
normalidad. La normalidad, que es un mero concepto, divide pasiones y enfrenta
posturas. Sinceramente, el tratamiento de los animales me resulta uno de los
temas más polémicos y, a la vez, velados. Esa indiferencia frente a su
sufrimiento viene dada por la posición desde donde están considerados, que es
baja, muy baja, bajísima.
Este es uno de los
motivos por los que la película de Kórnel Mundruzcó me parece más que
necesaria. Lloré incansablemente, pero no sólo por lo emotivo del largometraje,
sino por el recuerdo de todo aquello que acontece en las cloacas de la
humanidad.
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