"Desde el punto de vista del sabio, no puede haber ser más impuro que el santo; desde el punto de vista de este último, no hay ser más vacío que el sabio. Ahí está toda la diferencia entre el hombre que comprende y el hombre que aspira",
E. CIORAN, Breviario de podredumbre
Fotografía del autor, tomada en Barcelona |
¿Quién es el sabio, entonces? Para Cioran, aquel que no aspira a nada, pues comprende, comprende que todo es vano y que la mejora es imposible o, cuanto menos, perecedera. El sabio no es siquiera un pesimista; el pesimista hace campaña activa contra lo positivo, contra la aspiración, mientras que el sabio se limita a pasar por la existencia, analizándola en mayor o menor medida -aun y sin quererlo, pues ésta es una de las manías de la especie, analizar, casi tanto como aspirar a ser algo más que nada. El filósofo rumano, por supuesto, se incluye a sí mismo entre los sabios, y personajes sabios serían algunos de los protagonistas de las últimas películas de Sorrentino, gente triste, gente que ve, gente que ya no espera nada de la vida porque comprende la debilidad intrínseca a todo lo humano, porque asimila su propia fragilidad, su propia inanidad y lo arbitrario de sus deseos. También las obras de Wilde, de Baudelaire... transpiran sabiduría. ¿El sentido de la vida? No le preguntes a un sabio.
Personajes santos o que aspiran serían aquellos que esperaban salvar sus almas a través del alejamiento del mundo y sus circunstancias, sí, pero también lo serían un Gandhi, un Hitler o un Luther King, y lo serían por su voluntad y fe en su capacidad para transformar el mundo. Todos los santos triunfaron y fracasaron a su manera: sus logros no fueron tan profundos; su recuerdo no les hace estar hoy menos muertos; su desmedida fe en el mundo acabará con el propio mundo.
Y vosotros, lectores, ¿sois sabios o sois santos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario