La ingorancia juega en contra de la piedad
y vivimos ignorantes
de nuestras fronteras.
Las de nuestros mares y carreteras,
las de nuestros barrios,
puertas,
las de nuestras cárceles
y mataderos.
Vivimos ignorando a nuestros semejantes
parando atención en lo que los distingue
de nosotros:
en cuanto nos hace únicos.
Nos han convertido,
nos hemos convertido
en Individuos,
suscritos a lo conveniente
para mí.
Y cuando lo que es tuyo
no esté bien, amigo,
¿en quién buscarás cobijo?
¿Lograrán los gritos conmover
tus hoy seguras paredes?
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