Cst andaba por el asfalto para esquivar los coches mal aparcados y la mayoría de botellas rotas. Iba fijándose en el suelo por si encontraba algún billete y para evitar las minúsculas particulas de agua que le harían parpadear a cada momento. Las luces de las vías del tren, diez metros más arriba, servían para apartar la general oscuridad. Cst no estaba preocupado por las sombras entre los coches y tras los salientes de los muros, pues recorría esas calles cada día y contaba con la tranquilidad que da la costumbre. Ese fue su segundo error.
Fotografía del autor. Birmingham |
Nada más girar para adentrarse bajo uno de los enormes arcos de ladrillo que evitaban el paso de toda luz, y justo cuando pensaba en qué trabajo preferiría tener en lugar de aquel al que se dirigía, algo le golpeó en el pecho con la fuerza de un saco de harina lanzado a propósito. Si alguna vez no ves venir un saco de harina contra tu pecho sabrás de lo que estoy hablando.
Cst se dobló un tanto expulsando más aire del que llevaba dentro -quedaba, así, como en deuda; otra más-, trastabilló hacia atrás dos pasos, alzó la vista con la mayor cara de tonto que se haya visto desde Claudio y, sólo cuando vio al enorme canguro con sus guantes de diez onzas crujir las cervicales y enseñar los dientes por su izquierda, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
Fue en ese momento cuando una neutra voz interior le dijo, entre los pinchazos de dolor en el esternón y los más antiguos gritos de 'huye', 'corre' y 'sube a un árbol', que acostarse con Jenny Canguro, hija del famoso tricampeón Márquez Corazónquenosiente, había sido una inexcusable estupidez.
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