Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

lunes, 27 de octubre de 2014

Comentario a Fahrenheit 451

   “Era estupendo quemar”, hasta que todo ardió. Los televisores cubriendo las paredes, conteniendo a la familia, a los amigos, que ya no son, que ya no están, salvo en pantallas. El show continuo para escapar del mundo. Pero del mundo nunca se escapa. Él siempre estará ahí para recordarte, antes o después, lo que eres. No conviene perder los sentidos cuando se vaga en la oscuridad. Cierra los ojos, si quieres, mas no evitarás que el mar te trague, cuando decida hacerlo, junto a los demás.


   Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde los libros se transforman en ceniza junto a la mente del hombre. Cuanto menos se conoce más feliz se es. Cuanto menos se comprende, cuanto más se ignora, más se acerca uno al paraíso; químico, artificial, luces de neón, el único posible. Para eso las pantallas, las pastillas, los bomberos. La garantía de no pensar, seguridad a doscientos por hora, cabezas llenas de luciérnagas como metros atestados, para que nada –ni nadie– se mueva. No se preocupen, vivan tranquilos, lo tenemos todo controlado.

   Pónganse cómodos.

miércoles, 22 de octubre de 2014

La sonrisa de la molestia

Abro una libreta y encuentro nuestra foto, en otra ciudad, en mi infancia. Siempre busqué tu aprobación, hasta el punto de romper con todas las reglas –la prueba de los extremos–. Supongo que es un comportamiento algo infantil; no obstante, observo a mi alrededor esta tendencia en las personas, aunque estén acercándose a la vejez. ¿Puede superarse el fingimiento? Alcanzar las metas ajenas, sus expectativas, es una forma de fingir, ¿no?
Constantemente encontramos la excusa para no volar… el miedo, el peligro de la decepción. Ahora creo que ya no puedo decepcionarte más. ¿Es por eso que me siento algo más libre?

No sé exactamente a qué edad debe uno hacerse estas preguntas, en mi cabeza martillean desde hace más de diez años, la década fingida. No puedo culparte, porque no eres responsable. Eso también lo he aprendido. Recientemente, además. Qué manía tenemos de cargar con nuestros lastres a terceros. Invariablemente pensé que no era libre porque tú no me dejabas serlo. Lo cual está muy lejos de la realidad: yo no me siento capaz de actuar según mi parecer por no desagradarte, eso me dolería. Mi condena, por tanto, es mi miedo y no mi educación.
Qué alivio saber esto, saber, pues, que no tengo condicionamientos lícitos sino barreras, cuya alteración depende única y exclusivamente de mí.

Rebelde es ser quien quieres ser.

Ah, y no hay edad para ello. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Dime qué te duele


A veces libera, a veces contamina. Aunque nos gusta pensar que no es así, creemos conocerla. Por comparación o por imposición, simplemente, no llegamos a tener una versión propia. 
Filósofos, literatos, intelectuales, han llenado páginas enteras sobre ella, madres y padres trasmiten a sus hijas e hijos todo su conocimiento, su propia experiencia. Pero nadie sabe nada, no sabemos nada. El ensayo ajeno ilumina pero no pinta trazos en las aceras. 
Es la grandísima incertidumbre, la locura total de la naturaleza. La llenamos de pautas, de adornos, siempre frente al vacío. El misterio irresoluble. Todo es una interpretación. No dejes que te digan cómo vivir. Muérete de miedo, cuestiónalo todo. Es sólo una opinión.

Si algo te duele, si sientes la asfixia, miras tus manos a las que percibes como extrañas, quizá sólo tengas que encontrar tu propio modo de existencia. Escribo para un ‘tú’, pero me lo digo a mí misma. Quiero mi propio misterio.
Hace algunos años, una gran amiga, sabia como ella sola, me contaba en la barra de nuestro bar de los veranos, el porqué del abandono de un destino cómodo, amable, por su presente mucho más incierto. Un buen día, como tantos, se le abalanzó la gran pregunta y la temida respuesta: “¿Esto es todo?” “No, no puede ser todo”. Y marchó, y cambió, y buscó. Siempre la he considerado una valiente, tiene agallas, muchas agallas.

En la búsqueda se sufre, pero en el asiento se muere, poco a poco. Yo sigo sentada en mi habitación, pero voy dándome largos paseos. Y me cuesta horrores, lo que me resulta casi increíble, pero sí, me supone un verdadero esfuerzo alejarme del arrastre y atreverme al yo.

Conocemos experiencias que se cantan desde la sencillez y otras desde el más puro sufrimiento. No hay reglas para esto. Sólo creo en la ilusión.