A veces libera, a veces contamina. Aunque nos gusta pensar que no es así, creemos conocerla. Por comparación o por imposición, simplemente, no llegamos a tener una versión propia.
Filósofos, literatos, intelectuales, han llenado páginas enteras sobre ella, madres y padres trasmiten a sus hijas e hijos todo su conocimiento, su propia experiencia. Pero nadie sabe nada, no sabemos nada. El ensayo ajeno ilumina pero no pinta trazos en las aceras.
Es la grandísima incertidumbre, la locura total de la naturaleza. La llenamos de pautas, de adornos, siempre frente al vacío. El misterio irresoluble. Todo es una interpretación. No dejes que te digan cómo vivir. Muérete de miedo, cuestiónalo todo. Es sólo una opinión.
Si algo te duele, si
sientes la asfixia, miras tus manos a las que percibes como extrañas, quizá
sólo tengas que encontrar tu propio modo de existencia. Escribo para un ‘tú’,
pero me lo digo a mí misma. Quiero mi propio misterio.
Hace algunos años, una
gran amiga, sabia como ella sola, me contaba en la barra de nuestro bar de los
veranos, el porqué del abandono de un destino cómodo, amable, por su presente
mucho más incierto. Un buen día, como tantos, se le abalanzó la gran pregunta y
la temida respuesta: “¿Esto es todo?” “No, no puede ser todo”. Y marchó, y
cambió, y buscó. Siempre la he considerado una valiente, tiene agallas, muchas
agallas.
En la búsqueda se sufre, pero en el asiento se muere, poco a poco. Yo sigo sentada en mi habitación, pero voy dándome largos paseos. Y me cuesta horrores, lo que me resulta casi increíble, pero sí, me supone un verdadero esfuerzo alejarme del arrastre y atreverme al yo.
Conocemos experiencias que se cantan desde la sencillez y otras desde el más puro sufrimiento. No hay reglas para esto. Sólo creo en la ilusión.
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