Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

domingo, 30 de noviembre de 2014

El sueño de la razón; líneas breves al drama de Vallejo

El aquellare, F. de Goya, 1797-98

El sueño de la razón del hombre, cuando el pensamiento se hace uno, cuando la voluntad de ver se trueca en la necedad de imponer lo que uno mismo cree. 
   Unicidad. El poder aplastando al genio, miedo apelando al mismo miedo para avanzarse a sus temores. Lo distinto da pavor. El peligro da pavor. Un monarca para subyugarlos a todos, con la ayuda de una fe, con la fuerza bruta que la ignorancia otorga. 
   Que la ignorancia tiene miedo, y se alía al miedo, y sólo así se siente a salvo. Se cortan las plumas, los pinceles, los cerebros. Se abren las cartas, se manchan las puertas, se abusa en superioridad numérica. El trono y su pueblo contra el viejo profano, herético, profético; un negro: amenaza.

   El sueño de la razón produce monstruos, caníbales que se devoran al son de nuevos trágalas.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La literatura y yo

Soy impaciente hasta para esperar que se caliente la leche. Lo que me gusta de la literatura es la capacidad para mostrar la filosofía en lo cotidiano; cómo puede abrirte en canal, como me sucedió un verano que leí Madame Bovary de Gustave Flaubert, y después  El extranjero de Albert Camus. Bomba.

Me gustan los escritores que me hacen pensar y, por tanto, que me inducen al cambio. Me gustan aquellos que son capaces de hacer filosofía a través de sus propias vidas –espectacular Anaïs Nin, el siempre eterno Charles Bukowski–. Me gusta la autobiografía y me gustan aquellos que utilizan un pretexto, un escenario, como puerta de salida, como la magia de Kundera. Sólo leo historias cuando estoy agotada intelectualmente, pero en esos casos prefiero no leer nada; leo pocas historias pues. Hay temporadas en las que apenas leo, pero me sigue apasionando la literatura del mismo modo, simplemente no es el momento. No es lo único que me gusta hacer, evidentemente.

Aborrezco las personalidades que tan sólo saben hablar de escritores, que no hablan sino citan constantemente. Eso no es arte, es pura repetición. Me aburren profundamente los chistes sobre libros, sobre las peculiaridades del lector, incluso del escritor. Siempre con el molde, ese molde que acaba partiéndose en dos. Cabes o no cabes.

La competición me agota, por lo que en muchos ámbitos soy mediocre, o al menos así estoy considerada. Es maravilloso. Cuanta más presión consigues evadir y más frustras las expectativas que otros han puesto sobre ti más libre eres. No se trata de egoísmo, sino de ‘moldear’ tus propias expectativas aplicadas única y exclusivamente a ti mismo. He llorado un sinfín de veces al escuchar de boca ajena que no soy buena, permitiendo que eso me haga perder la confianza en mí misma. Año tras año, tras año, tras año, he aceptado todas las críticas –u opiniones– y me las he creído. He aceptado que no soy especial y que no iba a tener una vida puramente propia, sino que tenía que dejarme llevar. Y así fue, hasta que perdí el color en el rostro, tenía ojeras cual panda, la vida ya no me servía y estaba cada vez más delgada, marchitándome.

Y a esto es a lo que me enseña la literatura, a aprender de estos momentos. No es necesario mitificar ninguna figura, querer ser o copiar a un escritor que admiras. Sólo necesitas aprender, estar abierto a las vivencias y experiencias de otros. Sin olvidar el criterio, sin olvidarte a ti mismo, sin comparar. La maestría de la literatura reside para mí en este campo. Vomitar, mostrar, jugar. Sin pretensión de enseñanza. La elección es libre. Miro el cristal del microondas deseando que los minutos pasen. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

La perversión del tiempo


Sí, yo también me he enfrentado al apocalipsis del segundero, a la espera de un cielo al final de las escaleras mecánicas del metro; cual burgués decimonónico de tormentosas trivialidades.

Oscuridad, con el frío engaño del amor como revolución. Con el frío de uñas carcomidas, de una garganta gruesa que duele.

Sí, el dolor es subjetivo. Pétalos de oscuro color caen en cascada sobre mi vientre cansado.

Lo que yo quiero no existe y lo que existe me hace daño.

El sexo me debilita. Taparé de nuevo el corazón con mis pies pequeños de sueño en sueño; apestoso letargo.




Valencia, tiempo indefinido, quizá en diciembre de 2013, quizá en algún metro.




viernes, 14 de noviembre de 2014

La eterna lucha

Renegué de la historia que me habían enseñado. Me habían mentido. Únicamente el reino de la maldad no ofrecía brechas. Me habían engañado. La verdad es cuadrada, pesada, densa, no admite matices. El bien es un ensueño, un proyecto sin cesar postergado y perseguido con esfuerzo extenuante, un límite al que nunca se llega. Su reino es imposible. Únicamente el mal puede llegar hasta sus límites y reinar absolutamente. A él es menester servir para instalar un reinado visible (…) ¡Oh, poder, que eres lo único que reina en el mundo!

   Estas son las tremendas declaraciones del protagonista del relato de Albert Camus ‘El renegado’ o ‘Un espíritu confundido’. Sin poder evitarlo, me planteo su solidez, y si no estaremos también engañados –o autoengañándonos– al creer en o perseguir un mundo un poco más justo.

   No nos equivoquemos. Camus no era de los que tiran la toalla, dedicándose a la contemplación y a la satisfacción del yo material en un mundo incorregible. El protagonista de este relato no acaba bien. Nuestro escritor filósofo pertenecía al tipo que yo llamaría idealista trágico, sólo hay que leer sus artículos, su Hombre rebelde. Nunca aceptó las cosas como venían dadas; si había de mellar su pluma contra algún gigante en desigual batalla, lo hacía. ¿Pero confiaba en la victoria final? ¿Creía en la posibilidad de un mundo bueno? Resulta difícil asegurarlo, leyendo sus obras. Mas era un luchador. Si la existencia es gris y cruel para muchos, si la historia está llena de víctimas y amos, él quiso ser un rebelde en medio del torbellino, un grito en el desierto. Así pues, no puso precio a sus ideales; costase lo que costase, su mano seguiría estando al servicio de su pensamiento, de su ideal de mundo, del de nadie más.
   ¡Oh, poder, que eres lo único que reina en el mundo! Efectivamente, a las promesas de bien se las llama utopías y, a las certezas de mal, historia, tragedia o titular. ¿Encontráis algún ejemplo de reinado del bien, que no sea mítico? ¿Encontráis algún ejemplo de III Reich, de Congo Belga, de My Lai, de desaparecidos, cunetas, delaciones, saqueos de ciudades y violaciones sistemáticas? Es cierto: el mal se concreta, se torna denso, se puede ver, oír y tocar.



   ¿Y si la lucha del bien contra el mal lo es en mayor medida de los pequeños actos de bien –actos las más de las veces individuales– contra las grandes epopeyas de maldad? ¿Y si el bien batalla por continuar existiendo, y el mal por prevalecer al completo? ¿Y si la del bien es la figura rebelde que se niega a aceptar su derrota, como la raíz que crece entre el asfalto?
   No cabe entonces duda de que, de ser esto una confrontación eterna, uno es el bando de la placidez y otro el de la congoja. El que quiera acomodarse entre el mal no tendrá más que sentarse y congratularse por los continuos triunfos de su amo. El que opte por la rebeldía del bien comprobará lo poco que alcanza su brazo y la burla, el continuo echar por tierra de sus ideales a lo largo y ancho del mundo. El mal tiene tantos vasallos que ni siquiera los necesita activos, bastándole su conformidad, su aceptación. El bien tiene tan pocos que los precisa en marcha, siempre en guardia y bajo desgaste, sin más recompensa que la moral, que no cotiza en nuestros mercados.


   Para muchos la elección es sencilla.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Exposiciones


Miro el cuadro y me pregunto si se puede albergar tanta belleza, si puedo sobreponerme a la rutina, a que los días pasen como si no fuera a morirme, cediendo las horas y con una sonrisa que a veces duele. Me gusta detenerme en este lienzo, sus ojos brillan como si no le preocupase el paso del tiempo. Y no entiendo por qué, en una habitación tan vacía, tan desnuda, tan sola. Me siento inmortal contemplándola, con esa calma soberbia que supera lo trivial, incluso la duda.
–Salomé, sube un grupo de cuarenta, creo que se te ha acabado el tiempo –me dice José, el seguridad de la Planta 3, tan amable como siempre, advirtiéndome que ha terminado mi pequeño retiro.
–Gracias, José, hasta la semana que viene entonces.

Vengo pronto al museo justamente por esto, es muy difícil caminar tranquila por las salas cuando los grupos de visitantes comienzan a inundarlo todo y ya no puedes ni pensar, ni disfrutar, ni nada. Mi sala predilecta –donde está ella– es además muy pequeña, algunos placeres son limitados. Pero vuelvo constantemente, casi todas las semanas, por eso José conoce mi nombre e intuye por qué necesito la soledad.
Bajo por las escaleras, no quiero una ruptura total y rápida con el estado en el que me encuentro, salir a la calle ya es en muchas de las ocasiones un golpe demasiado fuerte. Del estado reflexivo del óleo necesito salir poco a poco. Además, ya no fumo, lo que requiere un esfuerzo adicional de concentración. Qué difícil es entrar y salir de la Planta 3.
De camino al vestíbulo, empiezo a oír el alboroto, ni siquiera las moradas del arte escapan a ello. Ahora un café y a continuar con el día. Hay bastantes seguridades en la puerta, y lo que debiera ser una fila ordenada de ansiosos personajes, se asemeja más al corro que se crea alrededor de una pelea entre chavales. A pesar de que las puertas de acceso son de cristal, no consigo ver con claridad lo que ocurre fuera. Salgo.
Hay un hombre rodeado por tres seguridades, que le cortan el paso para que no entre al museo. Le gritan y le insultan, él está decidido a pasar pues ha comprado su entrada, contesta. Entre el gentío hay quien está atónito, quien ríe, quien comenta, quien espera, mientras a ese hombre le humillan y le vejan en público. Contemplo la situación porque no comprendo el crimen. Entretanto, la policía llega, pues ha sido avisada por el personal del museo, y se lo llevan arrestado. 

Tan sólo es un hombre disfrazado de payaso.