Miro el cuadro y me pregunto si se puede albergar tanta belleza, si puedo sobreponerme a la rutina, a que los días pasen como si no fuera a morirme, cediendo las horas y con una sonrisa que a veces duele. Me gusta detenerme en este lienzo, sus ojos brillan como si no le preocupase el paso del tiempo. Y no entiendo por qué, en una habitación tan vacía, tan desnuda, tan sola. Me siento inmortal contemplándola, con esa calma soberbia que supera lo trivial, incluso la duda.
–Salomé,
sube un grupo de cuarenta, creo que se te ha acabado el tiempo –me dice José,
el seguridad de la Planta 3, tan amable como siempre, advirtiéndome que ha
terminado mi pequeño retiro.
–Gracias, José, hasta la semana que viene entonces.
Vengo pronto al
museo justamente por esto, es muy difícil caminar tranquila por las salas
cuando los grupos de visitantes comienzan a inundarlo todo y ya no puedes ni
pensar, ni disfrutar, ni nada. Mi sala predilecta –donde está ella– es además
muy pequeña, algunos placeres son limitados. Pero vuelvo constantemente, casi
todas las semanas, por eso José conoce mi nombre e intuye por qué necesito la
soledad.
Bajo
por las escaleras, no quiero una ruptura total y rápida con el estado en el que
me encuentro, salir a la calle ya es en muchas de las ocasiones un golpe
demasiado fuerte. Del estado reflexivo del óleo necesito salir poco a poco. Además,
ya no fumo, lo que requiere un esfuerzo adicional de concentración. Qué difícil es
entrar y salir de la Planta 3.
De
camino al vestíbulo, empiezo a oír el alboroto, ni siquiera las moradas del
arte escapan a ello. Ahora un café y a continuar con el día. Hay bastantes
seguridades en la puerta, y lo que debiera ser una fila ordenada de ansiosos
personajes, se asemeja más al corro que se crea alrededor de una pelea entre
chavales. A pesar de que las puertas de acceso son de cristal, no consigo ver
con claridad lo que ocurre fuera. Salgo.
Hay
un hombre rodeado por tres seguridades, que le cortan el paso para que no entre
al museo. Le gritan y le insultan, él está decidido a pasar pues ha comprado su
entrada, contesta. Entre el gentío hay quien está atónito, quien ríe, quien
comenta, quien espera, mientras a ese hombre le humillan y le vejan en público.
Contemplo la situación porque no comprendo el crimen. Entretanto, la policía
llega, pues ha sido avisada por el personal del museo, y se lo llevan
arrestado.
Tan sólo es un
hombre disfrazado de payaso.
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