Porque el saber no muere, sino inspira...
¡Oh, musas, despertad ahora! ¡No nos abandonéis aún!

miércoles, 21 de enero de 2015

La Odisea, una propuesta

   La embarcación choca con las suaves olas. El viento porta melodías aflautadas y el destino de los hombres -siempre en peligro si los dioses se inmiscuyen- suena a guitarra española, rasgada, dulce o aguda, según sean sirenas, cíclopes o el propio padre Poseidón quien amenaza a la nao veloz. El piano acompaña los recuerdos de Odiseo, tan amados como la triste mirada de Penélope, la dama que día tras día asiste a la ruina de su casa y de su estirpe. Las voces femeninas nos recuerdan que asistimos a una mirada mítica, a una narración sobre las incontables cuitas de la vida humana. Recurrimos al más allá, a la sombra de una fantasía, para explicarnos el más acá, que es la sombra de una sombra. El narrador, rapsoda de grave voz, recita a Homero en la traducción de Joan Francesc Mira, y nos traslada lejos, aún en valenciano, al insondable azul del mar Egeo.

Las imágenes del artista Joan Castejón nos introducen no solo en la historia,
sino en la misma psique de los personajes.

 El grupo Melodemodomies ha hecho un gran trabajo con esta obra, aunando y entremezclando voz, música e imágenes para acercarnos a uno de los pilares de la cultura grecolatina (y por extensión, occidental). Estamos seguros de que la fórmula funcionaría igualmente bien para transportarnos en la lectura de otras obras cumbre. Desde aquí les felicitamos por un trabajo bien hecho, más preocupado por la autenticidad que por la comercialización del resultado. Que otro gallo cantaría, si más hicieran como ellos.

Saludos

viernes, 16 de enero de 2015

Dos textos para la reflexión

"El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral y dispuestos, empero, a encajar sin dificultades en la maquinaria social; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna, excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante". 
   E. Fromm, El arte de amar
"Si continuamos creyendo que los objetivos del sistema industrial –la expansión de la producción total, el aumento del consumo que trae como consecuencia, el avance tecnológico, las imágenes públicas que sostienen a ese sistema- se ajustan a la vida, entonces nuestras vidas completas estarán al servicio de tales objetivos. Tendremos, o se nos permitirá tener, cuanto convenga a esos objetivos; todo lo demás estará fuera de lugar. Lo que nos haga falta será manejado de acuerdo con las necesidades del sistema; se ejercerá una influencia similar sobre la política del estado; la educación se adaptará a la necesidad industrial; las disciplinas requeridas por el sistema industrial se erigirán en la moral convencional de la comunidad. Se hará que los otros objetivos parezcan afectados, carentes de importancia o anti-sociales. Seremos prisioneros de las necesidades del sistema industrial. Para sancionarlas, el estado añadirá su poder moral, y quizá parte de su poder legal".
John. K. Galbraith, El nuevo estado industrial


   No hace falta decir mucho más. Sin ayuda de nadie podréis juzgar si esa fuerza invisible -receptora de eufemismos tales como necesidad, deber, responsabilidad…- os impulsa a vosotros y a quienes os rodean a “cumplir, apresurarse, seguir adelante” en vuestro día a día. La pregunta es, ¿por mor de qué? La respuesta de Galbraith es clara: son los objetivos del sistema industrial. Ni son los nuestros, ni son los de la vida (así, la manida expresión “así es la vida” sería tan aplicable a nuestra forma de existir como a cualquier otra, aunque en tal caso podría, quién sabe, llegar a adquirir una connotación positiva); tan solo son unos objetivos que nos vienen impuestos. ¿Que cualquiera puede ser aquello que desee ser en la vida? Eso se nos dice, y en una pequeña parte es cierto, pero es algo excepcional, y que no puede lograrse sin unas cuantas rupturas violentas. ¿Rupturas de qué tipo? Ya lo dice el economista: con la moral convencional de la comunidad -esto es, la moral común-, con las que se erigen como necesidades del grupo social, con todo lo que nos enseñaron, a nosotros y a nuestros predecesores en este valle -y aquí entraría la tan pragmática escuela-, sobre lo que es útil y bueno y lo que es inútil y vano. 
   Imaginad, como ya ha comentado antes en este espacio mi compañera, a alguien que deseara expresar su genio no mediante un trabajo remunerado común, al servicio de la producción o la productividad, sino mediante la pintura, la música, cualquier arte o forma de expresión ajena al desarrollo y al crecimiento industrial. No solo recibirá, desde que empiece a despuntar su idea vital, numerosos consejos e imprecaciones sobre la necedad de su impulso; además deberá abrir su propio sendero en un mundo que no ofrece caminos trazados para él -o ella. 
   En caso de que viese finalmente coronado por el éxito su esfuerzo, tras haber superado las objeciones de seres queridos, los obstáculos, los terribles momentos de duda (pues es más lógico pensar que uno está equivocado contra el mundo que a la inversa), aún habría de enfrentarse a la peor de las pruebas: el sistema industrial, que lo hizo todo por mantenerlo entre sus cauces, que no hizo nada por impulsarle en su escalada, vendrá ahora a felicitarle, le dirá que confió en sus posibilidades desde un principio, regalará sus oídos con los más bellos cantos de sirena, y se apropiará de él, de su obra y de su futuro. Su genio, su ingenio, será puesto al servicio de la producción, de la venta y de los beneficios, de la publicidad, del consumo, del entretenimiento, de las imágenes públicas que lo sostienen todo. Su éxito será hecho prisionero, sirviendo para mantener la farsa, el ideal de que se puede cumplir un sueño dentro del sistema y gracias a él. El sistema industrial será su patrono, su patrocinador, su amante padre. Si el artista cae en este juego, quizá perdure, mas no su arte, o quizá se percate de su situación, triste, y le resulte difícil sobrevivir.

   He hablado aquí de casos que se dan de manera más o menos excepcional. La mayor parte de las veces el sistema hace bien su trabajo desde el principio, y asimila sus necesidades a las de todos, sus deseos a los nuestros. 
   La utilidad. ¡La utilidad! La utilidad es solo una idea hábilmente implantada, y muere con la carne, pasto de los mismos gusanos.





PS: Quisiera aclarar que uno no le es útil a un hermano, a una madre, a una hija. Uno no le es útil a otro ciudadano, ni a alguien que necesite ayuda. Entiendo “utilidad” en este sentido que nos impulsa a vender nuestras vidas, a presentarnos voluntarios a esclavo. Muchos no tienen más remedio que hacerlo, pues es muy difícil escapar. Otros creen que es su deber y eso les hace el asunto soportable, dándoles incluso una sensación de… utilidad. La mayoría padecen ambos síntomas.

martes, 13 de enero de 2015

El espejo

Le Sacre du Printemps suena, fuera llueve. Me olvido del frío mientras acaricias mi mano. Miras mis ojos, brilla tu mirada mientras atraviesas la mía. Tus dedos danzan entre mi pelo. Respiro tu suspiro mientras escucho tu voz que me dice:
En tus ojos leo.
En tus ojos vivo,
en tus ojos sueño.

Extasiada te beso. Doy gracias a la lluvia por brindarme el tiempo, de disfrutar de ti, de disfrutar de tu cuerpo. Revive, sin duda, el Ochocientos. Apenas nos conocemos. Qué importa, sé que eres tú, te llevo soñando una vida entera, por fin te tengo. Tras ilusiones muertas, experiencias frustradas, dolor y desengaño, soledad, querida y no querida, estás aquí. Ya no tengo miedo.
Siento tu aliento en mi cuello, sonrío al imaginar tu sonrisa pícara. El sofá convertido en guarida, repleto de secretos. Me levanto a servir más té, para seguir bebiendo. No hacen falta las palabras en un ambiente tan poético, mi poeta de los silencios. Miro por la ventana. Veo caer la lluvia sobre los árboles, agua salpicando en agua, hermoso verde. Pienso en lo inocuo del momento. Te veo observarme, repasar mi figura al borde de la desnudez, siento tu deseo. Te levantas, rozas mi espalda al pasar y te encaminas a cambiar la música: Clair de lune ahora. Sé perfectamente lo que me quieres decir. Siento el frío cristal, yo también te deseo.
No jugamos nunca a lo evidente, nos gustan los rodeos, pasión en todo momento. Es lo que me gusta de ti, eres tan intenso.
Ríes al mirarme, sí parece evidente lo que siento.
Más y más juegos, fraguando nuestro amor en el sofá, sofá de los sueños. Se nos ha olvidado cenar, creo. Me hablas del pasado, del presente y del futuro, te hablo de un destello. Callas, y cuando callas sé que juegas a leerme el pensamiento. No hace falta que te esfuerces: sí, te quiero. No hablaremos de ello, de momento.
Toda una vida esperando… detente, tiempo. Se nos ha echado encima la madrugada, lo divertido es lo bello. No dejas de cantar, pero se te van cerrando los ojos. Deja de intentarlo, no se puede ser fuerte en todo momento. Duerme, descansa. Te aseguras de que me tapo bien con la manta. Oigo cómo tu respiración se acompasa, descansa.

Amanece. No puedo dormir en tu presencia, no quiero perderme ni un momento. Despiertas. No entiendo por qué, pero te noto distante. Sin mediar palabra, ni mirarme, te levantas. Caminas firme hacia la habitación, oigo como te detienes. Te sigo.
Tú frente al espejo, suaves son mis pasos mientras me acerco a tu cuerpo, abrazándome a tu cintura alzo la vista. Para gran horror mío no hay reflejo, tu reflejo. Sola estoy ante el espejo, un abrazo a la nada. Giro sobre mí misma en tu búsqueda, pero no te encuentro. Desconcertada corro, atravieso la casa, sin entender, alzo un grito: ¡No te vayas!
Una voz tenue, lejana, incorpórea, me contesta: No me puedo ir si no existo.


viernes, 2 de enero de 2015

El éxito de la educación


¿Qué hubiese sido de nosotros si todo aquello que verdaderamente nos apasionaba no se hubiese considerado como ‘hobby’ o ‘pérdida de tiempo’? ¿Qué significaría el éxito para nosotros hoy? ¿Y la felicidad?

Me cuesta decir, en voz alta, todavía, que me siento artista. Me suena ridículo. Ni siquiera he dedicado todo el tiempo necesario a tal empresa para poder condecorarme con tan distinguido título. Siempre pienso que tengo otras cosas que hacer, necesarias para la vida de hoy. Dónde me lleva escribir, dónde me lleva dibujar, dónde me lleva construir con mis propias manos. Mi pregunta incesante es ‘¿por qué no se cobra por todo eso que a mí me apasiona?’ –se acabarían intensos dolores de cabeza–. Porque es un hobby, apto para el tiempo libre, como complemento a un trabajo de verdad, serio. Al menos, yo me eduqué así. ¿No somos todos calificados bajo los mismos parámetros? ¿Dónde caben, pues, las vías personalizadas? ¿Por qué se niega la expresión desde la infancia? ¿Realmente creen que la humanidad puede sobrevivir sin su mayor forma de expresión, su máxima representación, el arte? ¿Puede verdaderamente ser algo complementario?

En qué momento explicas que esto no es un pasatiempo sino una necesidad vital. ¡Incluso un trabajo! En qué momento cortas con lo esperado y asumido. Hay quien lo tiene muy claro desde etapas tempranas, incluso hay casos que han recibido verdadero apoyo desde sus familias… pero eso no resuelve el problema. Qué hacemos con el sistema educativo. 

Hoy he visto una conferencia de Ken Robinson, acerca de cómo la educación anula la creatividad. Así es, es lo que ocurre con los moldes. Se preguntaba por qué se estudia matemáticas y no se estudia danza. Por qué tan sólo se motiva un tipo de inteligencia, ¡por qué no se educa con el arte! Por qué realmente no podemos vivir de las pasiones. 

jueves, 1 de enero de 2015

Microrreseña a otra distopía

En un futuro posible, donde la gente bien migra al más salubre Marte mientras los terrícolas compran animales únicos y muy cotizados -un conejo, una oveja, quién sabe si incluso una cabra-, alguien debe encargarse de retirar a los androides que rehuyen su destino, altamente peligrosos por su inteligencia y falta de empatía.

Philip K. Dick nos sumerge con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) en un universo en el que se hace difícil distinguir a un humano cruel de una androide con sensibilidad artística, al tiempo que los restos de la civilización se entregan a la erosión y el polvo. De esta decadencia no hay renacimiento posible. Pobres las máquinas, creadas a pesar suyo. Y pobres los hombres, supervivientes de un mundo que ya no late.