La hierba, húmeda, pide saciarse con mis restos. Solo ella desea tener algo conmigo, pero es que ni siquiera me encuentro nutritivo, pues es tal mi tedio, mi interno llanto y mi decepción con esta vida, que seguro mi sangre esté emponzoñada, de tan lento fluir. No quiero hacerle esto a la tierna hierba, suave, fresca y habitada. Yo ya no pertenezco a la naturaleza, pues tanto pensar me desahució de ella. ¿A dónde dar con mi cuerpo? Nunca aspiré a cadáver, me cuesta imaginarme. Quizá me inmole en ácido. Allá al menos seré uno con lo nocivo y por fin nada conmigo mismo, despidiéndome del mundo, gramo a gramo. Adiós, buena hierba, y gracias por arroparme.
No, no puedo; aún no. De no ser por tu tacto realmente lo haría. Eres consuelo de los poetas.
Yo también, pequeña, yo también.
Yo también, pequeña, yo también.
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