Una terraza repleta en un bar cualquiera. El Mediterráneo ruge de turistas no lejos de allí, mientras el sol brilla espléndido.
Camarero. — Buenos días, señor. ¿Qué desea tomar?
Cliente. — Quiero un plato de sesos humanos. Aun no he tenido la ocasión de probar los de esta bonita ciudad.
Camarero. — Discúlpeme, pero no vendemos sesos. Si quiere le traigo la carta y ve las tapas que tenemos.
Cliente. — ¿Así que no hay sesos? (Airado.) ¡Pues tráeme esa carta, venga!
(El camarero va a por la carta, admitiendo que la mitad de la humanidad, al menos, es perfectamente imbécil.)
Camarero. — Aquí tiene, caballero. ¿Qué le pongo para beber?
Cliente. — Una Coca-Cola sin cafeína, sin limón, mezclada con tu sangre servil.
Camarero. — Hay que joderse.
Cliente. — Me das ahora mismo el libro de reclamaciones.
(El camarero fue a la postre despedido y sustituído por otro nativo, de aspecto más pálido que el anterior.)
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