No sé sobre qué escribir, pero poco importa. Lo que cuenta es sentarse ante el ordenador -que, quiero decirlo, le da al asunto un toque lúgubre que no tuvieran ni plumas ni Olivettis, con esa luz sucia que con facilidad remarca los rastros de sufrimiento en el rostro humano- y pasear los dedos por las teclas. Además, podría hablar sobre infinidad de cosas: las guerras que se preparan, lo que cobran algunos y lo que no cobran muchos, las promesas electorales... o podría ponerme serio y hablar sobre el sentido (?) de la vida, sobre la posición que el ser humano ocupa en este rincón del universo, sobre las pretensiones, vitales o de especie, sobre lo duro y lo necesario del amargo choque con la realidad, cuando tu visión de ti mismo te contrasta y te hace sombra -cosas de la juventud, supongo. ¿Qué es hacerse adulto? ¿Desengañarse? ¿Y de verdad alguien llega a ser adulto? Repito, pues, ¿qué es hacerse o, mejor, ser adulto? Creo que hay un fondo de imbecilidad racial en todos nosotros, aunque en muchos es abrumadora, irresistible, hasta el punto que cuesta tener ilusión por el futuro sin pasar uno mismo por imbécil.
En fin, divagaciones, como el vapor que sube de cualquier espeso líquido en la noche fría, antes de que ésta actúe y lo congele.
Por eso me gustan, y cada vez más, aquellos escritores que hacen del absurdo su herramienta para reflejar el mundo. Porque el mundo, damas y caballeros, es muy absurdo, o nosotros nos hemos encargado de absurdizarlo tras un progreso de miles y miles de años. Comparen el comportamiento de una jirafa o una abeja con el de la mayoría de nosotros. No descendimos del árbol; caímos y nos golpeamos fuertemente el poco seso que alguna vez tuviéramos.
Creo que cuando el grado de imbecilidad de uno disminuye, por a saber qué elementos nocivos y por suerte poco extendidos (la lectura de unos pocos, el pensamiento crítico -esto es, el pensamiento-, la observación de nuestros semejantes y de la naturaleza...), se torna el tal uno más sensible al absurdo, al igual que un cuerpo experimenta más la velocidad de otro si la de éste supera con mucho a la suya propia. En tal caso, nos volvemos como adictos a los citados elementos nocivos, con lo cual iniciamos nuestro propio camino autodestructivo, pasando de un libro a otro, buscando más y más paisajes que nos alejen de nuestros semejantes, pensando más y más sobre nuestra posición en este absurdo de raza. Los artistas que hablan nuestro mismo idioma son como una isla en medio del océano a la que desesperados nos aferramos.
He dicho artistas, así que cabría escribir sobre esto también. ¿Qué es ser artista? La sociedad del absurdo los produce a cientos, pero me temo que no son más que bufones para divertir a la corte, y bufones muy poco dignos (todo mi respeto para los bufones dignos, muy por encima de todos los reyes que les rieron). Artista es aquel que ve el absurdo y lo señala, que lo señala a ojos vista, que grita el absurdo, que se arranca la piel a tiras tratando de mostrárselo al mundo, o a sí mismo. Artista es un imbécil menos imbécil que la media, que compone una música que abraza los sentidos y nos eleva sobre las brumas de la realidad, o pinta un cuadro que nos horroriza porque nos recuerda a nuestras almas, o escribe un libro que uno no puede leer sin sentir cómo sus ruinas se derrumban un poco más. El artista -macho o hembra, como siempre- es un personaje sincero, demasiado sincero para los demás; aquel que canta melodías que agradan al oído imbécil es un político, o un escritorzuelo, o un hambriento de fama sin sabor. El artista grita las verdades y duele y hace daño porque está dolido y se maltrata en su misma labor, como todos nos maltratamos; mas él lo hace con un propósito noble que es denunciar y anunciar el absurdo, y no como parte de él.
Ya está; otra entrada para este blog absurdo.